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EL ZODIACO Y SUS SIGNOS - PARTE 2


Por Manly P. Hall.

Parte 2

La constelación de Capricornio, en la cual, teóricamente, se produce el solsticio de invierno, era llamada «la casa de la muerte», porque en invierno toda la vida en el hemisferio norte pasa por su peor momento.

Capricornio es una criatura compuesta: tiene la cabeza y la parte superior del cuerpo de cabra y la cola de pescado. En esta constelación, el sol está más débil en el hemisferio norte y, después de pasar por ella, de inmediato empieza a crecer. Por eso decían los griegos que Júpiter (un nombre de la divinidad solar) era amamantado por una cabra. John Cole, en A Treatise on the Circular Zodiac of Tentyra, in Egypt, brinda una nueva perspectiva del simbolismo zodiacal: «El símbolo de la cabra saliendo del cuerpo de un pez [Capricornio] representa, por consiguiente y con la máxima propiedad, los edificios descomunales de Babilonia, que surgen de su situación baja y pantanosa; los dos cuernos de la cabra son emblemas de las dos ciudades: Nínive y Babilonia; la primera construida a orillas del Tigris y la segunda, a orillas del Éufrates, aunque las dos estaban sometidas al mismo soberano».

El período de 2160 años necesario para la regresión del sol a través de una de las constelaciones del Zodíaco se suele denominar «era». Según este sistema, la era recibía el nombre del signo que atravesaba el sol, año tras año, al cruzar el ecuador en el equinoccio vernal. Así, podemos hablar de la era de Tauro, la era de Aries, la era de Piscis y la era de Acuario. Durante estos períodos, o eras, el culto religioso adopta la forma del signo celeste correspondiente, el que se dice que el sol adopta como personalidad, del mismo modo en que un espíritu asume un cuerpo. Estos doce signos son las joyas de su peto y su luz reluce desde ellas, una después de otra.

Después de analizar este sistema, se comprende enseguida por qué se adoptaron determinados símbolos religiosos durante diferentes etapas de la historia del mundo, porque, durante los 2160 años en los que el sol estuvo en la constelación de Tauro, dicen que la divinidad solar asumió el cuerpo de Apis y el toro se convirtió en sagrado para Osiris. (Para más información sobre la relación entre las eras astrológicas y el simbolismo bíblico, véase El mensaje de las estrellas, de Max y Augusta Foss Heindel.) Durante la era de Aries, se consideraba sagrado el cordero y a los sacerdotes los llamaban «pastores». En los altares se sacrificaban ovejas y cabras y se designó un chivo expiatorio para descargar en él los pecados de Israel.


Durante la era de Piscis, el pez fue el símbolo de lo divino y la divinidad solar alimentó a la multitud con dos pececillos. En el frontispicio de Ancient Faiths Embodied in Ancient Names de Inman se puede ver a la diosa Isis con un pez en la cabeza; además, el Dios Redentor de India, Christna, en una de sus encarnaciones salió de la boca de un pez. No solo se alude a menudo a Jesús como el «pescador de hombres», sino que, como señala John P. Lundy, «la palabra “pez” es una abreviación de todo su título: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador y cruz; o, como dice san Agustín: “Si unimos las iniciales de las cinco palabras griegas, ’Ihsou`" Cristo" Qeou Uio;" Swthvr, que signifi can Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador, obtenemos ICTUS, ‘pez’, una palabra que, desde un punto de vista místico, representa a Cristo, que pudo vivir en el abismo de esta mortalidad como en la profundidad de las aguas, es decir, sin pecado”». (Monumental Christianity.) Muchos cristianos guardan el viernes, el día consagrado a la Virgen (Venus), y ese día comen pescado, en lugar de carne. 

El signo del pez fue uno de los primeros símbolos del cristianismo y, cuando se dibujaba en la arena, informaba a un cristiano que había cerca otra persona de la misma fe.

Llaman a Acuario «el signo del aguador» o del hombre que lleva sobre los hombros un cántaro con agua, como se menciona en el Nuevo Testamento. Algunas veces aparece como una figura angelical, supuestamente andrógina, vertiendo agua de un recipiente o llevándolo sobre los hombros. Entre los pueblos orientales, a menudo solo se usa el recipiente con agua. Edward Upham, en The History and Doctrine of Budhism, describe a Acuario con estas palabras: «Tiene forma de vasija y un color entre azul y amarillo; este signo es la única casa de Saturno».

Cuando Herschel descubrió el planeta Urano (que a veces recibe el nombre de su descubridor), la segunda mitad del signo de Acuario se adjudicó a aquel nuevo miembro de la familia planetaria. El agua que sale del recipiente de Acuario, que recibe el nombre de «las aguas de la vida eterna», aparece muchas veces en el simbolismo y lo mismo ocurre con todos los signos. Por consiguiente, el sol, en su camino, controla todas las formas de culto que el hombre ofrece a la divinidad suprema. Existen dos sistemas diferenciados de filosofía astrológica. Uno de ellos, el ptolemaico, es geocéntrico: la tierra se considera el centro del sistema solar y en torno a ella giran el sol, la luna y los planetas. Desde un punto de vista astronómico, el sistema geocéntrico es incorrecto, pero, durante miles de años, había demostrado su exactitud cuando se aplicaba a la naturaleza material de las cosas terrestres. De un análisis meticuloso de los escritos de los grandes ocultistas y del estudio de sus diagramas se desprende que muchos de ellos conocían otra manera de disponer los cuerpos celestes.
  
El otro sistema de filosofía astrológica se denomina «heliocéntrico» y coloca al sol en el centro del sistema solar, al que pertenece por naturaleza, con los planetas y sus lunas girando a su alrededor. Sin embargo, el gran inconveniente del sistema heliocéntrico es que, al ser relativamente nuevo, no ha habido tiempo suficiente para experimentarlo bien ni para catalogar los efectos de sus diversos aspectos y relaciones. La astrología geocéntrica, como su nombre indica, se limita al aspecto terrenal de la naturaleza, mientras que la heliocéntrica se puede usar para analizar las facultades intelectuales y espirituales superiores del hombre.

Es muy importante recordar que, cuando se decía que el sol estaba en un signo determinado del Zodíaco, en realidad los antiguos querían decir que el sol ocupaba el signo opuesto y proyectaba su largo rayo sobre la casa en la que lo entronizaban. Por consiguiente, cuando se dice que el sol está en Tauro, significa (astronómicamente) que el sol está en el signo opuesto a Tauro, que es Escorpio. Esto trajo como consecuencia dos escuelas filosóficas diferentes: una geocéntrica y exotérica y la otra heliocéntrica y esotérica. Mientras las multitudes ignorantes adoraban la casa en la que se reflejaba el sol —en este caso, la del Toro—, los sabios reverenciaban la casa en la que vivía de verdad, que sería la de Escorpio o la serpiente, el símbolo del misterio espiritual oculto. Este signo tiene tres símbolos diferentes. El más común es el escorpión, al que los antiguos llamaban «murmurador», y era el símbolo del engaño y la perversión; el segundo símbolo (y el menos frecuente) es la serpiente, que los antiguos usaban a menudo para representar la sabiduría.

Es probable que la forma más rara de Escorpio sea el águila. La disposición de las estrellas de la constelación se parece tanto a un ave volando como a un escorpión. Al ser Escorpio el signo de la iniciación oculta, el águila —la reina de las aves— en vuelo representa el tipo supremo y más espiritual de Escorpio, que le permite trascender del insecto venenoso de la tierra. Como Escorpio y Tauro están en posiciones opuestas en el Zodíaco, a menudo su simbolismo está estrechamente interrelacionado. En Ancient Calendars and Constellations, la honorable E. M. Plunket dice lo siguiente: «El escorpión (la constelación de Escorpio en el Zodíaco, opuesta a Tauro) se une con Mitra para atacar al toro y siempre están presentes los genios de los equinoccios de primavera y otoño en actitudes gozosas y lastimeras».

Para los egipcios, los asirios y los babilonios, que conocían al sol como un toro, el Zodíaco era una serie de surcos, a través de los cuales el gran buey celestial arrastraba el arado del sol. Por eso, el pueblo ofrecía sacrificios y conducía por las calles magníficos bueyes, adornados con flores y rodeados de sacerdotes, bailarinas del templo y músicos. Los elegidos no participaban en aquellas ceremonias idólatras, pero las consideraban apropiadas para el tipo de mente que constituía la masa de la población. Aquel grupo reducido poseía un conocimiento mucho más profundo y así lo demostraba la serpiente de Escorpio que llevaban en la frente: el uraeus. 

El sol se representa a menudo con sus rayos formando una melena enmarañada. Con respecto a la importancia masónica de Leo, Robert Hewitt Brown, del grado 32, ha escrito lo siguiente: «El 21 de junio, cuando el sol llega al solsticio de verano, la constelación de Leo —que está 30º adelantada con respecto al sol— parece llevar la delantera y contribuir, con su poderosa garra, a levantar el sol hasta lo más alto del arco zodiacal. [...] Aquella relación visible entre la constelación de Leo y el regreso del sol a su puesto de poder y de gloria, en lo más alto del arco real del cielo, era la razón fundamental por la cual aquella constelación era tan estimada y venerada por los antiguos. Los astrólogos distinguían a Leo como “la única casa del sol” y enseñaban que el mundo había sido creado cuando el sol estaba en ese signo. “El león era adorado en Oriente y en Occidente, por los egipcios y los mexicanos. El principal druida de Gran Bretaña se representaba como un león.”» (Stellar Theology and Masonic Astronomy.) Cuando se establezca del todo la era de Acuario, el sol estará en Leo, como se observa en la explicación que ya se ha dado en este capítulo acerca de la distinción entre la astrología geocéntrica y la heliocéntrica. Entonces, sin duda, las religiones secretas del mundo volverán a hablar del paso a la iniciación mediante la garra del león. (Lázaro resucitará.)
         
La antigüedad del Zodíaco es objeto de controversia. Sostener que se originó apenas unos pocos miles de años antes de la era cristiana es un error colosal por parte de aquellos que han tratado de reunir información con respecto a su origen. Necesariamente ha de ser lo bastante antiguo como para poder retroceder hasta aquel período en el cual sus signos y sus símbolos coincidían exactamente con las posiciones de las constelaciones, cuyas diversas criaturas en sus funciones naturales ejemplificaban los rasgos más destacados de la actividad solar durante cada uno de los doce meses. Al cabo de muchos años de estudios profundos sobre el tema, un autor pensó que el concepto humano del Zodíaco tenía, como mínimo, cinco millones de años de antigüedad. Con toda probabilidad, esta es una de las numerosas razones por las cuales   el mundo actual está en deuda con la civilización de la Atlántida o la de Lemuria. Alrededor de diez mil años antes de la era cristiana, hubo un período de muchos años en los que se suprimió el conocimiento de todo tipo, se destruyeron tablillas, se derribaron monumentos y todo vestigio del material disponible acerca de las civilizaciones anteriores se borró por completo. Tan solo se conservan unos cuantos cuchillos de cobre, algunas puntas de flecha y unas tallas toscas en las paredes de las cuevas como testigos mudos de las civilizaciones que precedieron aquella etapa de destrucción. Aquí y allá, existen todavía unas cuantas estructuras gigantescas que, como los extraños monolitos de la isla de Pascua, dan testimonio de las artes, las ciencias y las razas perdidas. La raza humana es sumamente antigua. La ciencia moderna calcula su antigüedad en decenas de miles de años; el ocultismo, en decenas de millones. Según un antiguo proverbio, «la Madre Tierra se ha sacudido de la espalda muchas civilizaciones» y no es ilógico pensar que los principios de la astrología y la astronomía surgieron millones de años antes de la aparición del primer hombre blanco.
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PLANO JEROGLÍFICO, HECHO POR HERMES, DEL ZODÍACO ANTIGUO

El círculo interior contiene el jeroglífico de Hemfta, la divinidad triforme y pantamórfica. En las seis franjas concéntricas que rodean el círculo central están (de dentro hacia fuera): 1) los números de las casas del Zodíaco en cifras y también en letras; 2) los nombres modernos de las casas; 3) el nombre griego y el egipcio de las divinidades egipcias correspondientes a las casas; 4) las figuras completas de estas divinidades; 5) el signo zodiacal antiguo o el moderno y a veces los dos; 6) el número de decanatos o subdivisiones de las casas.

Los ocultistas del mundo antiguo tenían un conocimiento muy sorprendente del principio de la evolución. Para ellos, toda la vida atravesaba distintas etapas de transformación. Creían que los granos de arena estaban en proceso de transformarse en humanos en la conciencia, aunque no necesariamente en la forma; que las criaturas humanas estaban en proceso de transformarse en planetas; que los planetas estaban en proceso de transformarse en sistemas solares, y que los sistemas solares estaban en proceso de transformarse en cadenas cósmicas, y así sucesivamente hasta el infinito. Una de las etapas entre el sistema solar y la cadena cósmica se llamaba el «Zodíaco»; por consiguiente, enseñaban que, en un momento determinado, un sistema solar se descompone en un Zodíaco. Las casas del Zodíaco se convierten en los tronos de las doce jerarquías celestiales o, como afi rman algunos de los antiguos, los diez órdenes divinos. Pitágoras enseñaba que el diez, o la unidad en el sistema decimal, era el número más perfecto de todos y lo representaba mediante la tetractys menor, un conjunto de diez puntos que forman un triángulo vertical.

Los primeros observadores de las estrellas, después de dividir el Zodíaco en casas, designaron las tres estrellas más brillantes de cada constelación para gobernar conjuntamente aquella casa. A continuación dividieron la casa en tres secciones de diez grados cada una, a las que llamaron decanatos. A su vez, dividieron estos por la mitad, con lo cual el Zodíaco quedó dividido en setenta y dos divisiones de cinco grados cada una. Sobre cada una de estas divisiones de cinco grados, los hebreos colocaron una inteligencia celestial, o ángel, y de este sistema ha salido la disposición cabalística de los setenta y dos nombres sagrados, que corresponden a las setenta y dos flores, botones y almendras del candelabro de setenta y dos brazos del Tabernáculo y a los setenta y dos hombres que fueron elegidos de las doce tribus para representar a Israel.

Los dos únicos signos que no se han mencionado aún son Géminis y Sagitario. La constelación de Géminis se suele representar en forma de dos niños pequeños, que, según los antiguos, nacieron de huevos, posiblemente aquellos que el toro rompió con sus cuernos. Las historias acerca de Cástor y Pólux y Rómulo y Remo pueden ser consecuencia de la ampliación de los mitos de aquellos gemelos celestiales.

Los símbolos de Géminis han sufrido numerosas modificaciones. El que usaban los árabes era el pavo real. Dos de las estrellas principales de la constelación de Géminis siguen llevando los nombres de Cástor y Pólux. Se supone que el signo de Géminis era el patrono del culto fálico y los dos obeliscos o pilares que había delante de los templos y las iglesias transmiten el mismo simbolismo que los gemelos.

El signo de Sagitario es lo que los antiguos griegos llamaban un centauro: una criatura que tenía la parte inferior del cuerpo con forma de caballo y la mitad superior con forma humana. Por lo general se lo muestra con un arco y una flecha en las manos, apuntando una saeta hacia las estrellas. Por consiguiente, Sagitario representa dos principios distintos: en primer lugar, la evolución espiritual del hombre, porque la forma humana surge del cuerpo del animal, y en segundo lugar es el símbolo de la aspiración y la ambición, porque, así como el centauro apunta con su flecha a las estrellas, toda criatura humana apunta a un objetivo superior al que puede alcanzar.

Albert Churchward, en The Signs and Symbols of Primordial Man, sintetiza la influencia del Zodíaco en el simbolismo religioso con las siguientes palabras: «La división [se hace] aquí en doce partes, los doce signos del Zodíaco, las doce tribus de Israel, las doce puertas del cielo que se mencionan en el Apocalipsis y las doce entradas o portales que hay que atravesar en la Gran Pirámide antes de llegar al grado máximo, los doce apóstoles de las doctrinas cristianas y los doce puntos originales y perfectos de la masonería».

Los antiguos creían que la teoría de que el hombre había sido hecho a imagen y semejanza de Dios se tenía que entender al pie de la letra. Sostenían que el universo era un gran organismo semejante al cuerpo humano y que cada una de las fases y funciones del cuerpo universal tenía una correspondencia en el hombre. La clave de la sabiduría más preciosa que los sacerdotes transmitían a los nuevos iniciados era lo que ellos llamaban «la ley de la analogía». Por consiguiente, para los antiguos, el estudio de las estrellas era una ciencia sagrada, porque veían en los movimientos de los cuerpos celestes la actividad omnipresente del Padre Infinito. A menudo se ha criticado inmerecidamente a los pitagóricos por promulgar la llamada doctrina de la metempsicosis, o la transmigración de las almas, aunque este concepto, tal como circulaba entre los no iniciados, no era más que una pantalla para ocultar una verdad sagrada. Los místicos griegos creían que la naturaleza espiritual del hombre descendía hacia la existencia material desde la Vía Láctea, el semillero de las almas, a través de una de las doce puertas de la gran banda zodiacal. Por consiguiente, se decía que la naturaleza espiritual se encarnaba en la forma de la criatura simbólica creada por los magos observadores de las estrellas para representar las diversas constelaciones zodiacales. Si el espíritu se encarnaba a través del signo de Aries, se decía que nacía en el cuerpo de un carnero; si en el de Tauro, en el cuerpo del toro celestial. De este modo, todos los seres humanos se simbolizaban mediante doce criaturas misteriosas a través de cuya naturaleza se podían encarnar en el mundo material. La teoría de la transmigración no se aplicaba al cuerpo material visible del hombre, sino al espíritu inmaterial invisible que vagaba por el camino de las estrellas y en el curso de la evolución iba adoptando, de forma consecutiva, la forma de los animales zodiacales sagrados.                               

En el Libro III de Mathesis, de Julius Firmicus Maternus, aparece el siguiente fragmento con respecto a las posiciones de los cuerpos celestes en el momento de establecerse el universo inferior: «Según Esculapio, por consiguiente, y Anubio, al cual la divinidad Mercurio confió especialmente los secretos de la ciencia astrológica, la génesis del mundo sería la siguiente: constituyeron el Sol en la decimoquinta parte de Leo; la Luna, en la decimoquinta parte de Cáncer; Saturno, en la decimoquinta parte de Capricornio; Júpiter, en la decimoquinta parte de Sagitario; el hombre, en la decimoquinta parte de Escorpio; Venus, en la decimoquinta parte de Libra; Mercurio, en la decimoquinta parte de Virgo, y el Horóscopo, en la decimoquinta parte de Cáncer. Ajustándose a esta génesis, por lo tanto, a estas condiciones de las estrellas y los testimonios que aducen para confirmar esta génesis, opinan que el destino de los hombres, además, se dispone de conformidad con la disposición anterior, como se puede ver en el libro de Esculapio titulado Muriogenesi" (es decir, Diez Mil, o una multitud innumerable de génesis), para que no se encuentre nada, en las diversas génesis de los hombres, que esté en discordancia con la genésis del mundo mencionada». Las siete eras del hombre se rigen por los planetas según el orden siguiente: la primera infancia, la luna; la niñez, Mercurio; la adolescencia, Venus; la adultez, el sol; la madurez, Marte; la edad avanzada, Júpiter, y la decrepitud y la disolución, Saturno.