EL SEXO EN EL DOMINIO DE LAS INICIACIONES Y DE LA MAGIA.
Julius Evola
No nos queda ya más que hablar de la magia sexual en sentido
propio, es decir, "operativo": de la posibilidad de actuar sobre los
otros o sobre el medio, de otra forma que según las leyes físicas y los
determinismos materiales o psicológicos conocidos en nuestros días. A este
título, dejamos abierta la cuestión de si una tal posibilidad es o no real.
Examinaremos solamente los que son sus presupuestos según todos aquellos que
han admitido y aun hoy siguen admitiendo su realidad, cuando las técnicas
utilizadas tienen por base el sexo.
Si es cierto que, desde el punto de vista metafísico, a
través del eros tiende a cumplirse el Misterio del Tres, es decir, la reintegración
del ser Uno en el mismo mundo condicionado de la diada, de esta idea a la
teoría del poder mágico no habrá un paso demasiado grande. Lo que paraliza al hombre
es la ruptura de su existencialidad. La división de los sexos es un modo
particular de manifestación del principio diádico que condiciona también la
división entre espíritu y naturaleza, entre Yo y No-Yo. Si hay una relación
metafísica o una solidaridad entre todo esto -y ya hemos visto que Escoto
Erígena así lo reconocía- es posible que exista igualmente entre la experiencia
de trascendencia favorecida por el sexo y una no-dualidad que permite una
acción directa, extranormal, sobre el no-Yo, sobre la naturaleza, sobre la
trama exterior de los acontecimientos. Recordemos que en la versión clásica
platónica del mito del andrógino originario se atribuye a este ser, antes de
que fuera dividido, un poder capaz de inspirar terror a los dioses.
Esto, desde el punto de vista metafísico. Desde el punto de
vista psíquico, las tradiciones mágicas están de acuerdo en afirmar que toda
acción eficaz dentro de las formas extranormales tiene por premisa un estado de
exaltación, de "manía", de embriaguez o éxtasis activo, que desprende
la imaginación de sus condicionamientos físicos y pone al Yo en contacto con lo
que Paracelso llama "Luz de la Naturaleza", con el substratum
psíquico de la realidad, donde cada imagen o verbo formado adquiriría un poder
objetivo. Ahora bien, si de una manera natural el eros transporta a un estado
de exaltación de este género, se puede comprender cómo se ha podido pasar
también del erotismo místico o iniciático al erotismo mágico en sentido propio.
La dinamización excepcional o vitalización de la fantasía que produce el eros
es un hecho bien conocido inclusive en el dominio profano; en su momento, ya
hemos hablado de ello. De una cierta manera y en un cierto grado, en todo amor
actúa ya una "fantasía mágica viviente". No hay pues por qué
asombrarse de que una técnica mágica particular haya empleado el sexo como
medio, sometido a un régimen especial.
Y es bastante comprensible que sea más bien rara la documentación
existente sobre este orden de cosas, mientras que las formas degradadas o
tendentes a la brujería, como las localizables entre los primitivos, no tengan
mucho interés aquí. Es nuevamente del tantrismo hindú del que se pueden extraer
algunas referencias generales. Se trata de los cakra, es decir, de las cadenas
(literalmente: ruedas) compuestas de parejas de hombres y mujeres dispuestos en
círculo, que cumplen juntos la unión sexual ritual. En el centro del círculo se
encuentra el "señor de la rueda", cakrervara, con su Sakti; él oficia
y dirige la operación colectiva. Para ejercer esta función, dicen que es
preciso ser un adepto, haber recibido una iniciación perfecta. En el conjunto,
se trata de una evocación colectiva -en parte orgíaca- de la diosa como fuerza
ya latente en el grupo operante, activada al presente por la realización de los
mismos actos y de la visualización de las mismas imágenes por parte de las
parejas particulares, hasta crear un torbellino fluídico o "psíquico"
que se emplea para la operación. Todo esto ha podido entrar inclusive en un
cuadro de magia profesional, como rito mágico cumplido por cuenta de terceros.
Ha llegado a ocurrir que determinados cakras tántricos han
sido convocados por príncipes con fines especiales de orden profano, como
propiciar el éxito de expediciones guerreras (149).
No poseemos ningún detalle relativo al procedimiento sexual
seguido en semejantes contextos, luego ignoramos si, aquí, la unión sexual
sigue su curso natural como en la promiscuidad de los ritos orgíacos, o si ella
obedece al régimen de la no-emisión del semen como en los ritos iniciáticos, o,
en fin, si, como en las operaciones de magia colectiva en general, corresponde,
no a los asistentes -destinados únicamente a acumular una fuerza psíquica y a
crear un climax-, sino sólo al jefe de la cadena, cumplir las operaciones
decisivas con la mujer que le es reservada.
De las prácticas de este mismo tipo que han continuado hasta
los tiempos modernos, inclusive en el seno de nuestra civilización, se puede
extraer, con una cierta verosimilitud, algo más a propósito de las condiciones
internas de la magia sexual. A este respecto, el documento más significativo es
quizá el constituido por el libro Magia Sexualis, de Pascal Bewerly Randolph
(150). Bewerly Randolph fue una enigmática figura de escritor y de
"ocultista" de fines del siglo XVIII. Primeramente estuvo afiliado a
la Hermetic Brotherhood of Luxor, organización que tuvo su sede en Boston, de
un nivel bastante diferente del mixtificador y divagan-te de la casi totalidad
de las sectas similares. Luego, hacia 1870, creó un centro al que dio el nombre
de Eulis Brotherhood. El libro Magia Sexualis parece ser que fue compuesto
después de su muerte, a partir de las notas de una obra manuscrita para uso
personal de los miembros de este centro: más precisamente, se trataría de la
segunda sección de las enseñanzas reservadas al segundo grado. Su publicación
se debe a la tal María de Naglowska, de la que hemos hablado con anterioridad.
Se puede suponer que, en diferentes puntos, el contenido se resienta de interpolaciones
y arreglos debidos a esta mujer.
Randolph empieza por reconocer que "el sexo es la más
grande y principal fuerza mágica de la naturaleza". Y cuando él dice que
"todas las fuerzas y potencias provienen de la femineidad de Dios"
(151), reencontramos en él la bien conocida teoría metafísica de la Shakti. Una
enseñanza particular concierne a la polaridad inversa de los dos sexos: el
hombre y la mujer constituyen, el uno el polo positivo y la otra el polo
negativo sobre el plano material y corporal, pero, sobre "el plano mental,
la mujer es el polo activo y el hombre es el polo negativo". Se especifica
también que si el órgano del sexo es positivo en el hombre y negativo en la
mujer, lo opuesto es válido para "el órgano de las manifestaciones
mentales" situado en la cabeza de ambos (152). Stanislas de Guaita ha
aportado algo semejante al dar, de una manera más bien desviada, una enseñanza
que, sustancialmente, reenvía a lo que nosotros decíamos a propósito de la
pasividad, o polarización negativa, propia del hombre cuando se encuentra en un
estado de deseo ávido, y a propósito de la positividad de lo femenino donde se
considera su poder natural sutil, atractivo, succionante y "no actuante".
Es dentro de este espíritu como, en un ensayo ya citado (153), se indica, cómo
premisa esencial para la unión sexual con finalidad iniciática, la inversión de
la polaridad y el establecimiento de una polarización positiva del hombre de
cara a la mujer, también sobre el plano espiritual y sutil. Hablar de la cabeza
como del órgano de las "manifestaciones mentales", como lo hace
Randolph, es, por el contrario, inexacto. Ello hace pensar en el simple dominio
de la psicología y de la intelectualidad, dominio que no entra en cuestión
aquí, y en el que por lo demás no es cierto que el hombre sea polarizado
negativamente y la mujer positiva y activamente, sino más bien al contrario. La
inversión indicada con la positivación de la polaridad negativa masculina
(cambio al que ya hemos asociado el simbolismo de la unión sexual invertida),
concierne a capas más profundas del ser. En términos extremoorientales, ella
equivale a la enucleación del puro yang en sí, y es forzoso llegar a esto si
debe realizarse ocultamente el precepto no
des mulieri potestatem animae tuae, dado que se posee un cuerpo. Si
Randolph no habla de esta condición, está bastante claro que las cualidades que
él dice que es necesario poseer y desarrollar para la magia sexualis la
implican.
A la primera de estas cualidades la denomina volancia, la
cual se liga a la capacidad de dominarse en todas circunstancias, de querer de
una manera firme y constante. Según Randolph, "su ejemplo (su analogía) se
encuentra en la fuerza irresistible del rayo, que rompe y quema, pero no se
cansa. El alumno debe desarrollar en sí esta fuerza elemental –volancia-, que
es pasiva, porque obedece el mandato de la inteligencia, y es fría, porque está
exenta de toda pasión (154).
La segunda cualidad, que, en cierto modo, sirve de contrapartida
positiva a la precedente, es el "decretismo", la "cualidad
dictatorial, poder positivo del ser humano sin el cual no se puede cumplir
ningún bien o mal real", "la capacidad de lanzar órdenes perentorias
(comenzando por darse a sí mismo), tranquilamente y con seguridad, sin
alimentar ninguna duda a propósito de la realización del efecto querido".
Ya hemos visto que, en el tantrismo indo-tibetano, con el principio masculino
se relaciona el vajra, palabra que tiene también el sentido de cetro. Para
ejercer esta facultad es preciso que la "imaginación esté exenta de toda
preocupación y que ninguna emoción llegue a influenciar el orden dado"
(155).
La tercera facultad a desarrollar es el "posismo",
que consiste en actitudes, gestos o posiciones del cuerpo que sean encarnaciones,
expresiones plásticas o siglas de un pensamiento determinado. Aparte el
neologismo, se trata aquí de lo que, en general, constituye el fundamento de
cada ritualismo seriamente comprendido y que ha tenido una importante expresión
en la doctrina yóguica, ya citada, de los asan y los medra, es decir, de las
posturas especiales del cuerpo y de los miembros a las que se atribuye no sólo
un valor simbólico, sino también el concominante valor de un cierre de
circuitos de determinadas corrientes de la energía sutil del organismo.
Naturalmente, la premisa es que el gesto, "pose", sea
"realizado", sea vivido en su significado, como un incipiente
objetivarse de este último (156).
Esto conduce a una última cualidad, a la cual Randolph da el
nombre de tiroclerismo y que es el poder de evocar y formar imágenes muy netas
y firmes con la mirada interior.
No es cosa de detenerse aquí en la consideración de los diferentes
detalles que el libro suministra sobre la magia de los olores, los sonidos, los
colores o los datos astrológicos y horoscópicos correspondientes. Respecto a
las operaciones sexuales mágicas, entre los fines que, según Randolph, se
pueden realizar con ellas, se encuentra la realización de un proyecto, deseo y
orden precisa del operador. Seguidamente la provocación de visiones supersensibles
(como en las operaciones a las que se entregaba Crowley). En tercer lugar, la
regeneración de la energía vital y el reforzamiento de la "potencia
magnética" (lo que podría corresponder a uno de los fines que, como se ha
visto, se proponen los taoistas). En cuarto lugar, la producción de una
influencia con vistas a someter la mujer al hombre o el hombre a la mujer. En
fin, se habla de "cargas" de fuerza psíquica y fluídica que se podría
liberar por esta vía para saturar de ella determinados objetos... Esta última
posibilidad sobrepasa ya con mucho los límites de la capacidad de creer que un
hombre de hoy podría admitir.
Sobre el régimen de la unión sexual que es preciso observar
para perseguir estos fines, el autor no aclara muchas cosas y lo que dice no
resulta convincente tampoco. Es natural que se declare que "la
voluptuosidad y el placer no deben constituir el fin principal" (157). Sin
embargo, es difícil imaginar cómo, en un tal orden de ideas, más allá del
placer se pueda tender a la "unión de las almas", dado que toda la
situación es un medio empleado para un fin, que este fin es un fin concreto y
que la mujer representa el papel de un simple instrumento. Todo lo más, se
podría hablar de una amalgamación fluídica. Podemos leer también que la unión
sexual debe ser considerada "como una plegaria", con su objeto
formulado e imaginado muy netamente: pero si la volancia y el
"decretismo" (158) tienen que entrar en acción, la elección de la
palabra "plegaria" nos parece cuando menos extraña. Aparte de esto,
en la unión sexual parecería decisivo el hecho de "abismarse" y de
sentirse llevado hacia arriba "en el momento en que, con todas las fuerzas
unidas, se toca la raíz del sexo opuesto". En este instante, debería
insertarse el acto mágico. "Es mejor si el hombre y la mujer imaginan el
mismo objeto o desean la misma cosa; pero la plegaria de sólo uno de los dos es
igualmente eficaz, porque en el espasmo amoroso ella transporta la potencia
creadora del otro." Para que la "plegaria" sea eficaz "es
preciso el paroxismo de ambos. También es preciso que el momento del goce de la
mujer coincida con el momento expulsivo del hombre, porque solamente así se
efectuará la magia" (159). Se habla explícitamente del momento "en
que el semen del hombre pasa al cuerpo de la mujer que acepta". Inclusive
si se previene, en este instante, contra la "pasión carnal", contra
el "instinto bestial", que es casi un "suicidio para el
hombre" (160), el conjunto no resulta por ello menos problemático, porque
estas últimas instrucciones están en evidente contraste con la mayor parte de
las enseñanzas esotéricas auténticas, anteriormente aportadas por nosotros.
Como ya hemos visto, en estas enseñanzas la crisis emisora del orgasmo sexual
es considerada como un síncope de toda la experiencia en sus posibilidades
supersensibles y como un "descenso" peligroso.
Si se deben tomar como auténticas las susodichas instrucciones
de Randolph, no hay que pensar siquiera en la posibilidad de que la fuerza
mágica del semen, la virya, pueda ser separada de la substancia física; después
de que, en general, la posesión de la mujer despierte la fuerza, en el momento
liminal del orgasmo la inserción de la voluntad conduciría a separar y a lanzar
la fuerza viril mágica sobre el plano de la operación preestablecida,
convirtiéndose entonces el semen vertido en la mujer y captado por su carne
sólo en una cosa sin vida, privada de su contrapartida hiperbiológica. En
esencia, se habría operado la desviación del poder de crear inclusive del plano
sacralizado del engrendramiento (como en la ritualización del acto conyugal
procreador conocido por las religiones creatistas como el Islam) hacia un plano
diferente, mágico, en el momento en que el determinismo biológico eyaculatorio,
no entorpecido, estaría en acción. Además, se podría considerar la extrema
vitalización y dinamización que puede tener en este momento la imaginación, si
se mantiene uno tan dueño de sí mismo como para poderse servir de ella. Esta
sería la única manera de hacer inteligibles las indicaciones de Randolph sobre
el régimen de la unión sexual, siempre en el caso de que fueran fielmente
reproducidas en el libro. De paso, hay que recalcar por otra parte que el
estado de unión y de crisis erótica simultánea en el hombre y la mujer no puede
interpretarse eventualmente en el sentido de un estado creador más que en
semejante conjunto, no sobre el plano material y en el marco de las uniones
sexuales ordinarias. Se sabe en efecto -y ya lo hemos recordado- que ningún
estado unitivo de este género es indispensable para la fecundación animal; una
muchacha frígida o violada, en modo alguno fundida con el hombre cuando él la ha
poseido, puede quedar encinta, y la biología nos enseña que la penetración
fecundante del espermatozoide en el óvulo puede producirse mecánicamente,
inclusive horas después del espasmo de la pareja; por no hablar de la
fecundación artificial.
Randolph ofrece algunos esquemas de las formas especiales o
posiciones de la unión sexual, en relación con uno u otro de los fines que la
operación mágica se proponga; es sobre todo en este punto en el que,
verosímilmente, entra en juego el "posismo". En el libro, todo se
reduce sin embargo a algunas indicaciones generales y fragmentarias. Para
nuestro trabajo, sólo nos puede interesar el hecho de que estas prolongaciones
de antiguas tradiciones secretas, llegadas hasta nuestros días, parecerían
corroborar una hipótesis que ya hemos enunciado, a saber, que en el origen, o
en ciertos casos, muchas posiciones de la unión sexual consideradas por los
tratados de erótica profana o libertina pueden tener también un sentido ritual,
hasta incluso mágico.
Es evidente que las operaciones de magia sexual demandan una
cualificación muy especial y casi un desdoblamiento paradójico, porque,
mientras por un lado debería tener pleno curso un proceso de disolución y
amalgamación extática con la mujer que impregna todo su ser -siendo este
proceso condición para la realización del estado no-dual y, por tanto, premisa
para la eficacia eventual de la operación-, por otro lado debería estar
presente y atento casi un segundo Yo, que piensa en otra cosa enteramente
distinta, que está fijo en la imagen correspondiente al fin a realizar, al
objeto de la "plegaria mágica", objeto que puede ser también
completamente profano, tanto que podríamos preguntarnos si, a la larga, sería
interesante hasta el punto de subordinar a él lo que la experiencia en sí
misma, con una orientación diferente, podría dar.
Volviendo a Randolph, vemos que, para algunos fines particulares,
considera un período de preparación de siete días, seguido de un período
operativo de cuarenta días, durante los cuales el rito debe ser cumplido cada
tres (161). Es preciso preparar un lugar conveniente. La mujer debe dormir en
un dormitorio aparte; no se la debe ver demasiado a menudo, inclusive no se la
debe ver más que cuando sea preciso encender en ambos un estado de vibración
magnética. Después de cada operación, la mujer debe alejarse en silencio. Todo
esto subraya el papel puramente instrumental que la mujer representa en este
conjunto.
Para terminar, Randolph pone en guardia contra los
"íncubos y los súcubos, que reflejan vuestros deseos y vuestros vicios
ocultos"; porque se puede llegar a convertirse irreparablemente en
esclavos suyos (162). Ya hemos encontrado una advertencia análoga en Kremmerz,
mientras que hemos oído hablar a otros de "pactos tácitamente establecidos".
Por su lado más serio y objetivo, este eventual peligro no tiene sin embargo
ninguna auténtica relación con los "vicios y los deseos". Como ya
hemos dicho, este peligro viene más bien de que en las experiencias de este
género se producen desnudamientos y objetivaciones de la fuerza elemental del
sexo, en una u otra de sus polarizaciones. Una situación de pasividad en quien
se entrega a estas prácticas comporta el fenómeno de la posesión, la destrucción
de su personalidad o "alma" en sentido casi teológico, porque se
abren o son activados estados del ser mucho más profundos que los que se tocan
cuando, en el amor profano, un hombre "se vuelve loco" por una .mujer
(o una mujer por un hombre) y por ella (o por él) va hacia la ruina e incluso
hacia la muerte.
(149) Cf. WOODROFFE, Shakti and Shákta, cir., pág.
583.
(150) Magia
Sexualis, París, 1952.
(151) Ibid., págs.
81-82.
(152) Ibid., págs.
23-24.
(153) Introduzione
alía Magia, etc. v. II, págs. 373-374.
(154) Magia
Sexualis, págs. 33 sgg.
(155) Ibid.,
págs. 39-40, 59.
(156) Ibid.,
págs. 41-49.
(157) Ibid., pág.
77.
(158) Ibid., pág.
88: "Por medio del decretismo, de la volancia y del "posismo", acentuar
el deseo en el momento de la eyaculación y pensar fuertemente en la cosa
deseada antes, durante y después del acto."
(159) Ibid., págs.
76-78, 81. Un paralelismo hindú podría quizá venir indicado en el Tankasara
(tr. it. Torino, 1960, págs. 280-281) donde se habla de la unión del vira con
su compañera: en el abrazo, "sustanciados como son el uno de la otra,
cooperan recíprocamente al despertar de la potencia de Shiva, del primer
movimiento de la magia si no de la emisión creadora.
(160) Ibid., pág. 80.
(161) Ibid., págs. 86-89.
(162) Ibid., pág. 210. Aquí sin embargo se refiere sobre todo
a la práctica con el "espejo mágico
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