EL ZODIACO Y SUS SIGNOS
Por Manly P. Hall.
Parte 1
En este momento, nos cuesta hacernos una
idea de las profundas consecuencias que habrá tenido en las religiones, las
filosofías y las ciencias de la Antigüedad el estudio de los planetas, los luminares
y las constelaciones. No en vano los Reyes Magos de Persia eran llamados
«observadores de las estrellas» y se honraba a los egipcios con una
denominación especial por su habilidad para calcular el poder y el movimiento
de los cuerpos celestes y sus consecuencias sobre los destinos de las naciones
y los individuos.
En todas las partes del mundo se han
descubierto ruinas de observatorios astronómicos primitivos, si bien en muchos
casos los arqueólogos actuales ignoran la verdadera finalidad para la cual se
construyeron. Aunque los astrónomos antiguos no conocían el telescopio, hacían
cálculos extraordinarios con instrumentos tallados en bloques de granito o
hechos a base de machacar láminas de bronce y cobre. En India se siguen usando
este tipo de instrumentos, que gozan de un alto grado de precisión. En Jaipur,
en la región de Rajputana (India), sigue funcionando un observatorio que
consiste, esencialmente, en inmensos relojes de sol de piedra. El famoso
observatorio chino que hay en la muralla de Pekín contiene inmensos
instrumentos de bronce e incluye un telescopio en forma de un tubo hueco, sin
lentes.
Para los paganos, las estrellas eran
objetos vivos que influían en el destino de las personas, las naciones y las
razas. Que los primeros patriarcas judíos creían que los cuerpos celestes
participaban en los asuntos de los hombres resulta evidente para cualquier
estudioso de la literatura bíblica, como, por ejemplo, el Libro de los Jueces:
«Desde los cielos lucharon las estrellas, desde sus órbitas lucharon contra
Sísara».
Los caldeos, los fenicios, los egipcios,
los persas, los hindúes y los chinos tenían zodíacos bastante parecidos, en
términos generales, y distintos expertos han atribuido a cada una de estas
naciones el mérito de ser la cuna de la astrología y la astronomía. Los indios
de América Central y del Norte también conocían el Zodíaco, aunque los modelos
y la cantidad de los signos diferían en muchos detalles de los de Oriente.
La palabra «zodíaco» deriva del griego
zwdiakov" (zodiakós), que significa «círculo de animales» o, según
creen algunos, «animalillos». Es el nombre que daban los antiguos astrónomos
paganos a un conjunto de estrellas fi jas, de unos dieciséis grados de
ancho,que aparentemente rodeaban la tierra. Robert Hewitt Brown, del grado 32, afirma que la palabra griega
zodiakós procede de zoon, que significa «animal»,y añade que «esta palabra se
compone directamente de los primitivos radicales egipcios zo,“vida”, y on,
“ser”».
Los griegos y, posteriormente, otros
pueblos en los que tuvo influencia su cultura, dividían la zona del Zodíaco en
doce sectores, cada uno de dieciséis grados de ancho y treinta grados de largo.
Estas divisiones se llamaban «las casas del Zodíaco» y, durante su recorrido
anual, el sol iba pasando, por turnos, por cada una de ellas. Se buscaron
formas de criaturas imaginarias en los grupos de estrellas limitados por
aquellos rectángulos y, como la mayoría de ellos tenían forma de animales —al
menos en parte—, posteriormente se conocieron como las constelaciones, o los
signos, del Zodíaco.
Según una teoría popular con respecto al
origen de las criaturas zodiacales,fueron producto de la imaginación de los
pastores, que, mientras vigilaban sus rebaños por la noche, entretenían la
mente buscando formas de animales y de aves en los cielos. Esta teoría es
insostenible, a menos que se entienda por «pastores» a los sacerdotes-pastores
de la Antigüedad. Es poco probable que los signos del Zodíaco deriven de los
grupos de estrellas que representan en la actualidad. Es mucho más probable que
las criaturas asignadas a las doce casas simbolicen la calidad y la intensidad
del poder del sol mientras ocupa las distintas partes del cinturón zodiacal.
Sobre este tema, Richard Payne Knight
escribe lo siguiente: «El significado emblemático que se atribuía a ciertos
animales no era más que la generalización de alguna característica determinada
y, por consiguiente,algo que la mente puede inventar o descubrir con facilidad;
en cambio, las colecciones de estrellas que llevan el nombre de determinados
animales no se parecen en absoluto a ellos y, por lo tanto, no se trata más que
de meros signos convencionales adoptados para diferenciar ciertas porciones del
cielo que, probablemente, estaban consagradas a los atributos personificados que
representaba cada uno de ellos». (The Symbolical Language of Ancient Art and
Mythology.).
Algunos expertos opinan que al principio el
Zodíaco estaba dividido en diez casas, o mansiones solares, en
lugar de doce. En la época primitiva,había dos métodos distintos —uno solar y
el otro lunar— para calcular los meses, los años y las estaciones. El año solar
estaba compuesto por diez meses de treinta y seis días cada uno y cinco días
más,consagrados a los dioses. El año lunar estaba compuesto por trece meses de
veintiocho días cada uno y sobraba un día. El zodíaco solar de aquella época
estaba compuesto por diez casas de treinta y seis grados cada una.
Los seis primeros signos del Zodíaco de
doce se consideraban benéficos,porque el sol los ocupaba mientras atravesaba el
hemisferio norte, y representaban los seis mil años durante los cuales, según
los persas, Ahura-Mazda gobernó su universo en paz y armonía. Los seis
siguientes se consideraban malignos, porque mientras el sol recorría el
hemisferio sur era invierno para los griegos, los egipcios y los persas. Por
consiguiente, aquellos seis meses simbolizaban los seis mil años de pobreza y
sufrimiento provocados por el dios del mal de los persas, Ahrimán, que
pretendía derrocar el poder de Ahura-Mazda.
Quienes defienden la opinión de que antes
de que lo revisaran los griegos el Zodíaco solo contenía diez
signos alegan pruebas que demuestran que Libra (la balanza) se insertó en el
Zodíaco dividiendo en dos la constelación de Virgo-Escorpio (que en aquella
época era un solo signo) y de este modo se estableció «la balanza» en el punto
de equilibrio entre los signos ascendentes del norte y los descendentes del
sur. (Véase The Rosicrucians, Their Rites and Mysteries, de
Hargrave Jennings.) Sobre
esta cuestión, Isaac Myer sostiene lo siguiente: «Pensamos que al principio las
constelaciones zodiacales eran diez y representaban un hombre o una divinidad
andrógina inmensa; posteriormente,esto se modificó: se separaron Escorpio y
Virgo y fueron once;después, de Escorpio salió Libra, la balanza, con lo cual
ahora son doce». (The Qabbalah.).
Albert Pike describe con estas palabras la
veneración que sentían los persas por este signo y el método de
simbolismo astrológico que estaba de moda entre ellos: «En lo alto de la cueva
de iniciación de Zaratustra estaban representados el Sol y los Planetas con oro
y piedras preciosas,así como también el Zodíaco. El Sol aparecía por detrás de
Tauro». En la constelación del Toro también se hallaban las «siete hermanas»
—las sagradas Pléyades—, famosas para la masonería como las siete estrellas que
aparecen en el extremo superior de la escalera sagrada.
En el antiguo Egipto, precisamente durante
este período —cuando el equinoccio vernal estaba en el signo de
Tauro—, el buey Apis se consagraba al Dios Sol, al que se adoraba por medio del
animal equivalente al signo celestial que había impregnado con su presencia en
el momento de entrar en el hemisferio norte. Este es el significado del antiguo
dicho según el cual el toro celestial «rompía el huevo del año con los
cuernos».
En The Mythological Astronomy of the
Ancients Demonstrated, Sampson Arnold Mackey destaca dos puntos muy
interesantes con respecto al toro en el simbolismo egipcio. Mackey opina que el
movimiento de la tierra que conocemos como la alternancia de los polos ha
provocado un gran cambio en la posición relativa del ecuador y la banda
zodiacal. Cree que en un principio la banda del Zodíaco formaba un ángulo recto
con el ecuador y que el signo de Cáncer quedaba frente al Polo Norte y el signo
de Capricornio frente al Polo Sur. Es posible que el símbolo órfico de la
serpiente enroscada en el huevo intente demostrar el movimiento del sol con
respecto a la tierra en estas condiciones. Para corroborar su teoría, Mackey
menciona, entre otras cosas, el laberinto de Creta, el nombre de Abraxas y la
fórmula mágica «abracadabra».
Con respecto a «abracadabra», afirma lo
siguiente:
“Sin embargo, la lenta y progresiva
desaparición del Toro se conmemora felizmente en la serie de letras que
desaparecen y que expresan categóricamente el gran hecho astronómico. Porque
Abracadabra es el Toro, el único Toro. La antigua frase descompuesta en las
partes que la componen sería: Ab’r-achadab’ra, es decir Ab’r, el Toro; achad, el único,
etc. Achad es uno de los nombres del Sol, que se le otorga porque brilla solo
—es la única estrella que brilla cuando lo vemos—, y el «ab’ra» que queda hace
que el todo signifique: el Toro, el único Toro; mientras que la repetición del
nombre con una letra menos, hasta que todo desaparece, es el método más
sencillo y, sin embargo, el más satisfactorio que se podría haber imaginado
para preservar la memoria del hecho; y el nombre de Sorapis, o Serapis, que se
da al Toro en la ceremonia mencionada despeja toda duda. [...] Esta palabra, «abracadabra»,
desaparece en once etapas decrecientes, como en la figura. Y lo más
sorprendente es que un cuerpo con tres cabezas queda plegado por una serpiente
con once vueltas y puesta por Sorapis:
Y las once vueltas de la serpiente forman
un triángulo similar al que forman las ONCE líneas decrecientes del
«abracadabra».
En casi todas las religiones del mundo hay
indicios de influencia astrológica. El Viejo Testamento de los judíos, en cuyos
escritos se nota la sombra de la cultura egipcia, está lleno de alegorías
astrológicas y astronómicas. Casi toda la mitología de Grecia y de Roma se
puede rastrear en grupos de estrellas. Algunos escritores opinan que las
veintidós letras originales del alfabeto hebreo derivaban de grupos de
estrellas y que en el muro del cielo se podían leer palabras escritas con
estrellas,con las estrellas fijas como consonantes y los planetas o luminares
como vocales. Como las combinaciones eran infinitas, representaban palabras
que, cuando se interpretaban adecuadamente, permitían conocer el futuro.
A medida que la banda zodiacal va trazando
el recorrido del sol a través de las constelaciones, produce los
fenómenos de las estaciones. Los sistemas antiguos para medir el año se basaban
en los equinoccios y los solsticios. El año comenzaba siempre con el equinoccio
vernal, celebrado con júbilo el 21 de marzo para marcar el momento en el cual
el sol atravesaba el ecuador hacia el Norte, siguiendo el arco zodiacal.
El solsticio de verano se celebraba cuando
el sol alcanzaba su posición más septentrional y el día señalado era el 21 de
junio. A partir de entonces,el sol comenzaba a descender hacia el ecuador y lo
volvía a cruzar cuando se dirigía hacia el sur en el equinoccio otoñal, el 21
de septiembre. El sol alcanzaba su punto más meridional en el solsticio de
invierno, el 21 de diciembre.
Cuatro de los signos del Zodíaco siempre
han estado dedicados a los equinoccios y los solsticios y, si bien
los signos ya no corresponden con las antiguas constelaciones a las que estaban
asignados y de las cuales obtuvieron el nombre, los astrónomos modernos se
basan en ellos para hacer sus cálculos. Por consiguiente, se dice que el
equinoccio vernal se produce en la constelación de Aries (el carnero). Resulta
adecuado que, de todos los animales, el carnero ocupe el lugar a la cabeza del
rebaño celestial que forma la banda zodiacal. Los paganos ya reverenciaban esta constelación siglos antes de la era
cristiana. Godfrey Higgins afirma lo siguiente: «A esta constelación la
llamaban “el Cordero de Dios” y también el “Salvador” y decían que salvaría a
la humanidad de sus pecados. Siempre le hacían el honor
de dirigirse a él con el apelativo de “Dominus” o “Señor”. Lo llamaban “el
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” y los devotos, cuando se dirigían
a él en su letanía, repetían constantemente las palabras: “Cordero de Dios que
quitas los pecados del mundo ten piedad de nosotros y danos tu paz”».
Por consiguiente, «Cordero de Dios» es un
título que se da al sol, que,según dicen, renace todos los años en el
hemisferio norte bajo el signo del carnero, aunque, debido a la discrepancia
actual entre los signos del Zodíaco y los grupos de estrellas, en realidad sale
en el signo de Piscis. Se considera que el solsticio de verano ocurre en Cáncer
(el cangrejo); los egipcios lo llamaban «el escarabajo», un insecto de la
familia Lamellicornes, situada a la cabeza del reino de los insectos, y lo
consideraban sagrado, como símbolo de la vida eterna. Resulta evidente que la
constelación del cangrejo está representada por esta criatura peculiar, porque
el sol, después de pasar por su casa, empieza a caminar hacia atrás o a
descender por el arco zodiacal. Cáncer es el símbolo de la generación,porque es
la casa de la Luna, la gran madre de todas las cosas y patrona de las fuerzas
vitales de la Naturaleza. A Diana, la diosa de la luna de los griegos, la llaman «la madre del mundo».
Con respecto al culto del principio femenino o maternal, Richard Payne Knight
escribe lo siguiente:
«Como atraía o levantaba las aguas del
océano, naturalmente parecía que era la soberana de la humedad y, como
aparentemente ejercía tanta influencia en la constitución de las mujeres,
asimismo parecía ser la patrona y la reguladora de la nutrición y la generación
pasiva, porque se dice que recibió a sus ninfas, o personificaciones
subordinadas, del océano; a menudo se representa con el símbolo del cangrejo
marino, un animal que tiene la propiedad de separar espontáneamente de su
propio cuerpo cualquier extremidad que se haya hecho daño o mutilado y
reproducir otra en su lugar.» (The Symbolical Language of Ancient Art and
Mythology.) Este signo de agua, al ser simbólico del principio maternal de la
Naturaleza y reconocido por los paganos como el origen de toda la vida, siempre
se consideraba la morada natural de la luna.
El equinoccio otoñal se produce,
aparentemente, en la constelación de Libra (la balanza). Cuando la balanza se
inclinaba, el globo solar comenzaba su peregrinación hacia la morada del
invierno. La constelación de la balanza estaba situada en el Zodíaco como
símbolo de la capacidad de elegir, que permite al hombre comparar un problema
con otro. Hace millones de años, cuando la raza humana estaba en ciernes, el
hombre era como los ángeles: no conocía el bien ni el mal. Cayó en el estado de
conocer el bien y el mal cuando los dioses le dieron la semilla de la
naturaleza mental. A partir de sus reacciones mentales frente a sus entornos,
destila el producto de la experiencia, que a continuación le ayuda a recuperar
su posición perdida, además de una inteligencia individualizada. Decía
Paracelso: «El cuerpo procede de los elementos; el alma, de las estrellas, y el
espíritu, de Dios. Todo lo que el intelecto puede concebir procede de las
estrellas [los espíritus de las estrellas, más que las constelaciones
materiales]».
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