EL LADO OCULTO DE LA MUERTE
Por Dion Fortune
Los procesos, incluso de la muerte física, no son ni con mucho tan
sencillos como cree la imaginación popular, y sólo el conocimiento
de los aspectos más sutiles de la muerte dieron lugar a muchas de
las prácticas funerarias de los antiguos, que en la actualidad
consideramos pura superstición.
Al desaparecer la respiración se escapa la propia alma, tan
despreocupada de su cuerpo abandonado como el polluelo de su
cáscara. Pero los que quedan atrás sí se preocupan, y algunos de los
problemas más sutiles del sufrimiento se deben a los procesos mal
conocidos que se producen en el barro descartado.
Tenemos dos tareas que realizar antes de que termine nuestro
servicio al ser amado. Debemos preocuparnos de que el polvo vuelva
al polvo lo más rápida y armoniosamente posible, evitando que
curra eso que puede llamarse las patologías de muerte, y también
debemos seguir al alma que se va con la clase de telepatía adecuada
hasta que se haya establecido a salvo al Otro Lado, y desee entrar allí
para descansar por un tiempo. Estos dos aspectos de los últimos
servicios a los que se han ido son de gran importancia, y debemos
prestarles nuestra máxima atención. Además, no hay nada que nos
ayude más en nuestro dolor que pensar que todavía hay algo que
hacer por aquellos que se han ido, y no quedamos libres de dejarnos
llevar sin reservas al paroxismo de la emoción, como ocurriría si
sintiéramos que ya no queda nada que considerar, excepto nosotros
mismos.
Estudiemos en primer lugar qué ocurre con el cuerpo abandonado y
vacío inmediatamente después de la marcha del alma, porque esto
guiará nuestra actitud para con el cuerpo y nuestra manera de
tratarlo. Para empezar, la marcha del alma sólo significa la muerte
del sistema nervioso central, ya que aún queda gran cantidad de vida
orgánica en el propio cuerpo. No muere todo de una sola pieza. Es
más, durante algunos días antes de la muerte, o incluso durante más
tiempo, puede que el alma esté fuera del cuerpo, flotando en un
extremo de la cuerda de plata a algunos pies por encima de la cama,
como si fuera un fantasma dormido y perfectamente visible para
cualquier psíquico. Mientras dure esta condición, existe una
profunda inconsciencia en todos los planos, y ninguna clase de
sufrimiento. Sólo cuando se rompe la cuerda de plata parte
finalmente el alma, y se produce la muerte real. La recuperación
repentina de la conciencia la causa en última instancia el alma, que
recobra la conciencia en su propio plano a medida que se aproxima
el final, haciendo un último esfuerzo por concentrarse en el cuerpo,
al objeto de que el proceso conocido por los ocultistas como la
radiación del átomo-semilla tenga lugar efectivamente.
Este átomo-semilla es un núcleo de fuerza del mismo tipo que el del
plano físico, que está retenido por el alma a través de su evolución, y
que desempeña un importante papel en el proceso del renacimiento.
El término radiación es, naturalmente, metafórico, y representa la
sintonización de este núcleo con cierto tipo de vibración, y su
impresión con ciertas imágenes. Si esto ya se ha hecho, el alma está
madura para la muerte, y la última carrera puede que no tenga lugar;
por tanto, la ausencia de esta carrera no significa que los procesos de
muerte no van como debieran. Por otra parte, cuando ocurre una
muerte violenta, si el cuerpo está tan destrozado que la muerte es
instantánea, no es posible ninguna radiación del átomo-semilla. Por
anto, los esotericistas mantienen que el alma intenta renacer
inmediatamente, antes de que ocurra la segunda muerte, y se marche
igual de rápidamente otra vez, habiendo adoptado tan sólo un
cuerpo físico el tiempo necesario para salir de la vida en la debida
forma. Con frecuencia han señalado las madres y las comadronas que
el recién nacido que presente un aspecto extraordinario de
inteligencia y de madurez en sus ojos no vivirá. Lo que ven es los
ojos de un adulto que les contempla, y todo el servicio que les pide
el alma es la ejecución de los ritos de enterramiento propios de su fe.
No pretende vivir, sino sólo morir adecuadamente.
Puede parecer que esto supone un gran sacrificio para la madre que
ha soportado el dolor de traerlo al mundo sólo para perderlo; pero si
examinamos el informe kármico del caso, y ningún ocultista se
atrevería jamás a juzgar esta cuestión a la luz de una sencilla
encarnación, encontraremos que o bien hay una deuda kármica
pendiente, que se salda de esta manera, o bien que si no puede
rastrearse deuda alguna, entonces es que se ha ofrecido un crédito
kármico. Algunas veces los Señores del Karma tienen una deuda con
nosotros que nos hace acreedores de uno de esos repentinos golpes
de auténtica suerte, que no podemos explicar con hipótesis que sólo
se refieren a una vida. El Buen Samaritano, ese perfecto extraño que
nos presta un servicio del todo inesperado, puede ser un alma a
quien hemos abierto las puertas del nacimiento y de la muerte en
una vida anterior.
Una vez que el alma se ha retirado a salvo, sin embargo, se produce
un cambio inmediato. Cualquier persona sensible puede percibir la
diferencia entre la atmósfera de la cámara de la muerte, por tranquila
que sea, y la atmósfera de la cámara del muerto. Durante la vida, un
hombre está bajo el dominio del Arcángel de su raza y del Salvador
de su religión; pero después de la muerte acaba este dominio o,
mejor aún, sigue al alma y deja al cuerpo a su destino, puesto que ya
no le preocupa. El barro vacante pasa entonces bajo el dominio de
los Regentes de los Elementos, y las fuerzas elementales de la tierra,
del aire, del fuego y del agua extraen cada una lo que les pertenece,
para devolverlo a su propio reino. Durante este proceso les ayuda un
cierto tipo de vida que pertenece a la forma más primitiva de la
existencia, y que pasa rápidamente fuera de cualquier manifestación;
me refiero a los organismos unicelulares que viven de la materia
muerta, las bacterias saprofíticas que causan la descomposición. Las
bacterias parasitarias que se alimentan de materia viva son otra cosa.
Pertenecen a ciertas formas de vida cuyos días ya han terminado y
ue, desafiando la ley de la evolución, se niegan a marcharse del
plano físico. Son rebeldes de la ley cósmica, y el creciente
conocimiento les expulsa gradualmente de cualquier manifestación.
El curioso «sentimiento» de la cámara mortuoria y el miedo que la
mayor parte de la gente experimenta ante un cuerpo muerto están
causados por esta apertura de las puertas de los reinos elementales.
Los seres de los elementos se encuentran presentes y activos cuando
la materia orgánica tiene que desintegrarse y regresar a sus esferas
respectivas. Las personas sensibles sienten su presencia, y dado que
los elementales pertenecen a una forma muy primitiva de vida, los
encuentran perturbadores. Es por esta razón que no es bueno que los
vivos permanezcan en la proximidad inmediata de los muertos.
No obstante, hay cuatro Arcángeles poderosos, llamados los
Arcángeles de los Elementos, porque gobiernan los reinos
elementales como señores en nombre de Dios. Se trata de Rafael,
Miguel, Gabriel y Uriel, y equivalen a los cuatro Evangelistas de la
tradición Cristiana. De ahí la oración infantil:
«Cuatro ángeles mi cama rodean, dos a los pies y dos a la cabeza,
Mateo, Marcos, Lucas y Juan, La cama donde duermo vigilan».
Cada rito de muerto debería confiar el cuidado del barro a estos
cuatro grandes espíritus ante el trono. Cuando se invocan se
descubrirá que esa atmósfera más o menos siniestra que a veces se
percibe en la cámara mortuoria se despejará inmediatamente.
Sin embargo, el retorno del polvo del cuerpo no es más que la mitad
del proceso de la muerte física, ya que existe otro cuerpo, igualmente
físico, igualmente mortal, que se llama el doble etérico. Bien podría
llamarse el cuerpo de electricidad, puesto que es un sistema
organizado de éteres electro-magnéticos, y en sus redes cada célula y
fibra del cuerpo físico están colocadas como botellas en un botellero.
Transmite a cada molécula del cuerpo la fuerza vital que mantiene a
raya la desintegración, conservando los componentes inestables de
materia orgánica en sus formas fugitivas y elaboradas.
La retirada de este doble etérico marca el momento crítico de la
muerte, cuando se advierte que desaparece la respiración.
Incorporado en él, el alma permanece en una condición inconsciente
durante un breve período, desde unas pocas horas hasta tres días; si
se prolonga su estancia en el cuerpo etérico más allá de este tiempo,
o si el alma se despierta a la conciencia mientras está en el doble
térico, puede decirse que ha ocurrido una de las patologías de la
muerte.
Este despertar del alma mientras aún continúa en el doble etérico es
lo que, según el dicho popular, hace que su fantasma camine. Sin
embargo, dentro del tiempo prescrito, y a no ser que ocurra algo
anormal, las fuerzas magnéticas de este cuerpo de electricidad se
habrán agotado; sería como una pila gastada, y el alma se escaparía
de sus redes rompiendo toda atadura con la materia.
No es esto, sin embargo, lo que llamamos la Segunda Muerte; es más
bien la segunda mitad de la muerte física; y mientras ocurre el alma
está en la más profunda de las inconsciencias. Ahora se verá por qué
es tan imprudente intentar ponerse en contacto con un alma
inmediatamente después de que se haya ido, porque podemos
despertarla de su sueño etérico y provocar que «camine». No se
piense por esto que el esotericista condena la comunicación con los
que se han ido; pero hay una manera correcta y otra incorrecta de
efectuar esta comunicación, y veces en que puede realizarse con
seguridad y para ayudar, y veces cuando mejor sería dejarla sola, y
tenemos que saber estas cosas si hemos de tratar correctamente la
muerte. Nuestro pensamiento moderno coloca a los adultos en la
misma posición en relación con los misterios de la muerte, que la
que padecen los niños en relación con los misterios del nacimiento;
existe una conspiración de silencio que confunde el tema, y nos
coloca en una gran desventaja a la hora de tratar nuestros
problemas.
PURGATORIO
Ya hemos hablado acerca del piadoso trabajo del Gran Anestesista
que hace que descienda sobre el alma un sueño profundo mientras se
desliza por las puertas de la carne. El cuerpo etérico se esfuma y se
desprende silenciosamente, y permanece dormido en ése estado de
consciencia que los ocultistas llaman el plano astral.
Pero poco a poco comienza a soñar. Aún están presentes las
memorias de su vida terrenal, aunque lejanas y difusas, como las
memorias de una primera infancia. Pero no sueña con estos
acontecimientos como se nos representan a los que los compartimos;
lo que hace es revisarlos desde el punto de vista de su estado
existencial presente. Se encuentra en el Mundo del Deseo, y los
contempla desde el punto de vista de los deseos realizados o
frustrados.
Pero cuando el cerebro despeja la nebulosa de la consciencia, el alma
no sólo está consciente en el plano de su existencia presente, sino
que la consciencia superior se encuentra igualmente despierta y
activa, y durante todo el tiempo que dura esta fantasmagoría de
sueño, el ser superior sujeta el espejo delante de la conciencia e
invita al alma a que contemple su propia imagen. En todo momento
se mantienen ante sus ojos los inexorables estándares espirituales.
Al verse obligada a contemplarlos, el alma sufre un conflicto cuya
importancia está en proporción con su desviación de esos estándares
espirituales. Nada explica tan bien estos estados como la
terminología de la psicología analítica. El alma se encuentra en el
dolor de un conflicto entre sus aspectos superiores o inferiores. Este
conflicto es subjetivo y se expresa en la imaginería del sueño astral,
y por eso se dice que el alma está en el purgatorio. Porque el
purgatorio es sencillamente la realización forzosa del significado de
nuestros propios errores. Su escenario, tantas veces descrito por los
santos y los psíquicos, es de la misma naturaleza que la de los
sueños, los sueños de las almas que se ven obligadas a enfrentarse
con la verdad. Por tanto, este escenario no es en absoluto vagamente
fantástico, sino que presenta una relación simbólica bien definida
con los problemas del alma, de la evolución y de las reacciones
cósmicas. Cada alma posee su simbolismo personal propio, que se
deriva de las experiencias de su propia historia, incluso como las
encontramos en el psicoanálisis de los sueños. Añádase a esto el
simbolismo correspondiente de una fe religiosa, que comparte con
todos los miembros de su fe. En consecuencia, el infierno del
cristianismo será en muchos sentidos diferente del infierno del
musulmán. Por otra parte, tendrán mucho en común, porque hay
ciertos símbolos-tipo comunes a todos los seres humanos sensitivos,
ya que están formados sobre su experiencia humana común, como el
dolor del fuego y la tortura de la sed. Estos sueños-retrato enseñan a
cada alma individual que el pecado acarrea un sufrimiento inevitable,
puesto que le muestra las consecuencias de su maldad o locura y no
puede apartar los ojos. Siente en la imaginación cómo sentiría si
realmente hubiese alcanzado el estado descrito por su sueño. El
ambicioso Sísifo rueda su eterna piedra colina arriba y no puede
descansar; el borracho Tántalo contempla cómo su copa se aparta de
sus labios. De esta manera, cada cual aprende la vanidad de su
debilidad.
El iniciado no ha creído nunca en la doctrina temible del castigo
eterno. Ningún psíquico ha confirmado jamás esta creencia, y ningún
espíritu que haya regresado del más allá ha informado nunca sobre el mismo. ¿Qué puede hacer cualquier hombre durante el breve período
de tiempo entre el nacimiento y la muerte para merecerlo?
Pero cualquier espíritu habla del purgatorio, y siente por él un
respeto total. Pero éstas no son las llamas del tormento eterno, sino
los fuegos limpiadores que purifican el alma, como se comprueba el
oro en el crisol, eliminando las impurezas, hasta que queda en su
estado puro y precioso. Sin embargo, nadie sostiene que las
impurezas de una evolución puedan quemarse en el purgatorio de
una sola muerte. Pocas almas son tan puras y fuertes que pueden
aguantar una prueba tan dura sin que se desintegren sus fibras. Por
tanto, en una sola purga no se nos enseña más de lo que podemos
soportar o de lo que podemos aprovechar. Se nos permite limpiar
una proporción determinada de nuestro karma, y regresar a la tierra
con el resto anudado al cuello, y es este karma sin expiar el que
causa nuestros sufrimientos en la siguiente vida. Y entonces,
gradualmente, con lo que aprendemos durante nuestra estancia en el
purgatorio, y con las enmiendas que realizamos mientras estamos en
la tierra, compensamos nuestra karma y ajustamos la balanza. Es así
como crece el alma.
Pero aunque el purgatorio es básicamente una experiencia subjetiva,
no es del todo subjetiva. Los sueños y sentimientos vivos de las
almas que atraviesan esta experiencia crean una atmósfera muy
definida a su alrededor. En el plano astral no existen el tiempo y el
espacio tal y como lo entendemos nosotros, pero un estado de
humor es un lugar, y aquellos que se encuentran en el mismo estado
emocional se sienten atraídos mutuamente. ¿No podríamos
comprender fácilmente cómo la atmósfera creada por todas las almas
que se encuentran en este instante fuera de la encarnación, y que
están luchando con odio irrefrenable o con lujuria insatisfecha,
diseñaría el escenario del Infierno fuera del plástico éter astral?
Todos los que odian, todos los lujuriosos, se congregan juntos, y es
principalmente esa atmósfera acumulativa que crean entre ellos la
que provoca reacción en contra del tipo superior de alma, del alma
que tiene posibilidades de redención. La transgresión menor, que a
nosotros se nos antoja venial, parece muy distinta cuando nos
encontramos en medio de una esfera donde innumerable cantidad de
almas la llevan a todos sus extremos, y tenemos que vivir en su
atmósfera. La indulgencia con los pecados de la carne, que no parece
tan mala cuando el pecado lo realiza una sola persona en un
ambiente por otra parte limpio, pronto causaría náusea al más
endurecido de los habitúes si se viera obligado a practicar su vicio
avorito en compañía de millares de personas, que a su vez están
haciendo exactamente lo mismo, y no se le permitiera parar cuando
estuviese satisfecho, porque en lo irresistible del momento le
arrastraría contra su voluntad. Esta es la manera más eficaz de curar
los pecados de la carne, y los Señores del Karma la aplican a fondo.
Sin embargo, si un alma se ha elevado muy por encima de sus
debilidades durante la vida, o si no está muy afectada por las
mismas, su visita al fiero torbellino del purgatorio será breve, ya que
su lucha contra corriente pronto le arrojará a la orilla, libre. Nadie,
sin embargo, puede escaparse de la experiencia que supone el
enfrentarse con sus propias debilidades en compañía de sus iguales.
No hay cantidad alguna de misas, de oraciones y de velas que les
libre de esto. Podemos, no obstante, concentrar en las almas una
corriente telepática que enfoque sobre las mismas las fuerzas
espirituales, ayudándoles a triunfar en la realización y en la reacción
con mayor rapidez. En breve, podemos aplicar una cura espiritual a
las almas del purgatorio.
Mucha gente padece una gran ansiedad en relación a la suerte que
pueda correr algún ser querido, que ha fallecido en pecado o sin
arrepentirse. Puede reconfortarles el saber que las fuerzas curativas
espirituales pueden aplicarse con la misma efectividad a las almas
del purgatorio, que el «tratamiento ausente» que pueda dárseles a las
almas durante la encarnación. Recordemos siempre que si podemos
comunicar telepáticamente durante la vida, no tendremos dificultad
alguna en comunicar telepáticamente después de la muerte. Porque
si las mentes pueden comunicarse sin medios materiales mientras
que ambas se encuentran en la tierra, la posición no se verá afectada
materialmente cuando uno de la pareja carece de medios materiales
mediante los cuales comunicarse, y tiene que depender
exclusivamente de la mente.
Una de las disciplinas ocultas consiste en revisar cada noche los
acontecimientos del día en sentido inverso; es decir, de la noche a la
mañana. Aunque esto puede ser un poco confuso al principio, porque
la mente naturalmente intenta seguir su secuencia habitual de causa
y efecto, uno pronto se habitúa a ello y no experimenta dificultad
alguna. Existe una doble razón para esta operación. La primera es
acostumbrar a la mente a trabajar fuera de su secuencia normal y
permitirle así rasgar el velo del nacimiento y recuperar la memoria
de encarnaciones pretéritas; y la otra es mantener la deuda kármica
dentro del límite. Al corregir cada día cualquier error que hayamos
podido cometer, evitamos que aumente nuestra deuda con el purgatorio. Naturalmente, si nos limitamos a corregirlos cada día
para volver a repetirlos al día siguiente, no nos hacemos mucho bien
a nosotros mismos, porque aunque podamos haber neutralizado esa
parte del karma, estamos adquiriendo no obstante una naturaleza
aún más desagradable, ya que nos estamos asegurando una plaza de
las que hay reservadas para los hipócritas en el infierno; y es difícil
imaginar algo más doloroso que el desenmascaramiento de un
hipócrita hasta las profundidades de su alma egoísta y cobarde. Los
molinos de Dios muelen extremadamente fino —y no tan despacio
tampoco, después de todo—.
Recordemos, no obstante, que el purgatorio ni es punitivo ni es
retributivo, sino esencialmente curativo para el alma. La
cauterización del fuego del infierno limpia las heridas sépticas que
nos ha dejado la vida. Después de esa cauterización hay una cura
limpia. Por tanto, limpiemos a lo largo de nuestra vida todo lo que
podamos haber hecho mal, bien sea por maldad, por error o por
debilidad. Si podemos curarnos de nuestras tendencias perversas, el
infierno no tendrá que enseñarnos ninguna lección, puesto que ya las
habremos aprendido. Y por último, cuando llegue nuestro tiempo de
morir, afrontémoslo con coraje, sabiendo que nuestra pesadilla no
durará mucho; vayamos a nuestro purgatorio como iríamos al
dentista, sabiendo que va a ser más o menos doloroso, pero no más
de lo que puedan resistir y beneficiarse la carne y la sangre. Y, sobre
todo, démonos cuenta de que nos encontramos en manos expertas.
EL MUNDO-CIELO
Se oye mucho acerca del Mundo-Cielo en las comunicaciones
espiritualísticas, y a muchos les repugna la idea porque piensan que
todo se representa de una manera demasiado material. Leen que
Raymond está fumando cigarros puros y bebiendo champagne, y
piensan que ése no es el cielo que ellos esperaban. Por otro lado,
leen descripciones de un suelo dorado y de juegos permanentes, y
sienten que esto tampoco les atrae. Un tipo muy superior de Cielo es
el que describen los espíritus, que nos dicen que los artistas pintan
cuadros maravillosos sobre lienzos ilimitados; o el científico que
penetra en los secretos de la naturaleza con sólo mirarlos. Por
maravilloso que pueda parecer, instintivamente presentimos que hay
algo mal, porque no todo esto suena a verdad. Es más, pensamos que
estaríamos muy aburridos incluso si fuera cierto, porque no hay
placer en la perfección de toda una vida, sin esfuerzo. Una parte
importante de nuestra alegría ante el éxito radica en el triunfo que supone la superación de dificultades. No puede haber una alegría
parecida en un Cielo sin esfuerzo.
Para mucha gente, también, no puede haber alegría en un Cielo
donde no estén incluidos sus seres queridos.
Pero ¿qué podemos decir ante estas afirmaciones contradictorias que
violentan nuestros instintos más profundos? No todos pueden ser
correctos. Pero no obstante, ¿están todos equivocados? ¿Cómo
debemos entenderlos? En primer término, debemos darnos cuenta de
que el Cielo es un estado de consciencia, y no un lugar. La mente
pura es independiente del tiempo y del espacio, como bien sabemos
por los sueños, bien sean los sueños que tenemos durante el día o
mientras dormimos. Podemos fantasear que nos encontramos en el
antiguo Egipto, o en la lejana Catay, y en lo que a la consciencia se
refiere, nos encontramos allí por el momento. Vemos los paisajes, y
oímos los ruidos de aquellos tiempos y lugares en proporción a la
viveza de nuestra imaginación.
Cuando estamos recién muertos, somos sencillamente mentes
incorpóreas y obedecemos las leyes que rigen la consciencia de los
sueños. El purgatorio es nuestro sueño de remordimiento y
purificación, y el mundo-Cielo es nuestro deseo realizado. Freud nos
relata la historia de un niño cuya madre le había limitado la ración de
cerezas, y que se levantó al día siguiente anunciando: «Hermann se
ha comido todas las cerezas.» Su sueño había realizado el deseo
frustrado del día anterior.
Así, durante el sueño de la muerte, los sueños que hemos tenido
durante nuestra fase de Cielo-mundo son deseos realizados. Pero son
algo más que meras gratificaciones de la fantasía. Afluyen desde las
meditaciones profundas de la mente en torno a sus esperanzas y sus
ideales. Puede que no nos parezcan muy elevados, pero representan
la fase de la experiencia que está atravesando ese alma en particular
en su evolución, y puede que sea necesario que ese alma
experimente la realización de sus esperanzas para que pueda
aprovechar la lección. El cielo mahometano, con sus huríes, puede no
resultar atractivo para el occidental, pero debe ser muy poderoso
para enviar a miles de devotos fanáticos a muertes de inmolación
para que pueda esparcirse su fe entre los infieles, y esa fe ha sido
una gran fuerza entre muchas tribus que, por su primitivismo, no
podían responder a una llamada más sofisticada. No debemos juzgar
el Cielo de otro hombre con nuestros propios parámetros. Su Cielo es
su deseo realizado, y no el nuestro. Debemos afrontar el hecho de que el Cielo de un ladrón escalador estaría lleno de porches de fácil
acceso.
Cuando pedimos a los espíritus de los que se han marchado que
regresen para contarnos sus experiencias en el mundo-Cielo al que
han ido, estamos escuchando el relato de sus sueños mientras
duermen en la muerte. Sólo cuando tenemos la suerte de acceder a
una de las almas liberadas de la rueda del nacimiento y de la muerte,
que continúan su trabajo benéfico en favor de la humanidad desde
los Planos Interiores, en vez de retirarse a su descanso; en otras
palabras, sólo cuando entramos en contacto con un Maestro, sólo
entonces escucharemos un relato del mundo-Cielo que nos
proporcione una verdadera comprensión de su naturaleza y de la
relación de sus partes con el total.
El relato que proporciona una persona recién fallecida es comparable
al relato que pueda proporcionar un enfermo desde su cama, sobre el
funcionamiento de un gran hospital. Sólo puede ver una parte muy
pequeña del total, y carece de medios para evaluar su significado.
El relato que nos proporcionan los guías, los espíritus amigos y otros
cuya tarea sea la de asistir a los que se han ido, es equivalente al que
podríamos obtener de las enfermeras del citado hospital. Hasta que
no oímos las clases que los médicos imparten a los estudiantes, no
empezamos a captar el significado y el alcance de la gran institución
que estamos investigando.
El purgatorio es un hospital para almas enfermas, donde se les opera.
El mundo-Cielo es en primer lugar una casa de convalecencia, y
después una escuela. En los campos inferiores del Cielo, descritos
con tanta frecuencia en las comunicaciones desde los Planos
Interiores, las almas descansan y se recuperan, soñando sueños
agradables que les alivian y les hacen felices. Pero una vez ha
cubierto su objetivo, esta fase termina para dar paso a la siguiente.
Para comprender el significado de estas fases de inter-encarnación,
debemos entrar con cierta profundidad en la filosofía del tema.
Como ya hemos señalado, el cielo, al igual que el infierno, son
estados de consciencia y no lugares. Pero si analizamos bien los
datos del tema, encontraremos que la tierra también es un estado de
consciencia. La física moderna ha demostrado de manera
concluyente que la materia es sencillamente una forma de fuerza
que, debido al hecho de que está en equilibrio, nos parece estática.
No existe cosa semejante a lo que vulgarmente se conoce como
materia densa. Cuando te das un «chispazo» en la carbonera, es porque en realidad has topado con resistencias eléctricas. La
encarnación es el estado de consciencia que percibe estas formas de
fuerza. La descarnación o muerte es el estado de consciencia que ya
no las percibe, pero que se ha convertido en subjetivo y sólo se
preocupa del contenido de su propia consciencia. Con la muerte se
cierran las puertas de los sentidos. Por lo demás, el hombre
permanece igual. De hecho, podemos decir que vista desde el ángulo
del alma, la muerte significa sencillamente el cierre de las puertas de
los sentidos. Si la consciencia de un hombre está totalmente limitada
a los cinco sentidos físicos, aunque tales hombres sean infrecuentes,
está tan encerrado en sus propios pensamientos y tan inaccesible
como el durmiente que yace olvidado de todo en la cama.
¿Pero acaso este sueño de la muerte no produce otra cosa que no
sean sueños agradables y descanso? No, hace mucho más que esto.
Cualquiera que esté familiarizado con la práctica del trabajo mental y
la meditación sabe lo poderosa que puede ser la meditación
concentrada de la mente sobre algún ideal espiritual. Las alturas del
cielo son las montañas de la meditación. El alma, apartada de las
impresiones de los sentidos, está creando formas de pensamiento y
proporcionándose a sí misma auto-sugestión. Estos procesos juegan
una parte importante en la formulación de los vehículos de
corporeidad cuando le llegue el momento de reencarnarse.
El artista que sueña con su sueño de lienzos cósmicos está creando
una facultad. La realización en la tierra de esta visión estaba limitada
por la destreza de la mano y del ojo. En el mundo-Cielo carece de
estas limitaciones, y los cuerpos proyectan su visión como lo ven.
Esto supone facultad, y cuando se reencarne, habrá progresado en la
creación de un vehículo físico para sí mismo donde la mano y el ojo
cooperarán con la visión interior dándole forma. La vida después de
una vida de esfuerzo, junto con la intervención de períodos de
meditación en las fases interiores, gradualmente hacen del alma lo
que quiere ser. Si sus deseos son indignos o inciertos, los influjos del
purgatorio, regulares y recurrentes, neutralizan sus esfuerzos. Como
en el caso de Penélope, lo que se ha tejido durante el día se deshace
durante la noche.
Esas cosas que durante nuestra vida terrenal hemos realizado, sin
conseguir alcanzarlas, se logran en el cielo. Este éxito subjetivo
construye la facultad, y volvemos a la encarnación con el poder
latente para tener éxito. La vida ha cumplido con nosotros cuando
proporciona realización, incluso si somos incapaces de alcanzar
nuestras realizaciones, ya que en la vida siguiente éstas estarán a
nuestro alcance.
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