Incubos y súcubos. Fetichismo y proceso de evocación
Julius
Evola
Ahora nos encontramos ante
el rico y extraño material de las leyendas y de los mitos heroicos en los
cuales una mujer sobrenatural se presenta como la donadora de la vida, de la ciencia,
de la salud, de un alimento místico, de una fuerza sagrada, hasta de la
inmortalidad: ello muy a menudo relacionado con el motivo del Arbol, por
ejemplo, en las representaciones egipcias, la diosa que tiene la "llave de
la vida" o la "bebida de la vida", Nut, Mait o Hathor, se
confunde a menudo con el árbol sagrado, que únicamente en el mito hebraico se
presenta como árbol de la tentación, en lugar de serlo, por ejemplo, de la
iluminación (budismo) o de la victoria y el imperio (leyenda del preste Jean)
(28). En otro lugar (29), hemos aducido estas leyendas e indicado el sentido
que incorporaban en los mitos heroicos. Aquí, además, resaltaremos dos ejemplos
particulares.
De una parte, según la
doctrina hindú de la realeza, el carisma del poder sería otorgado a cada
soberano por su matrimonio con la Diosa Shri Lakshmi, esposa suya además de sus
mujeres humanas, que asume los rasgos de una fuerza sobrenatural animadora de
"fortuna real" -rája lakshmi-, si bien el rey perdería el trono si
fuese abandonado por ella. De la misma manera, en el ciclo mediterráneo oriental,
se encuentran frecuentemente representaciones de diosas que tienden a los reyes
la "llave de la vida", ideograma que tiene el sonido de anx = vivir,
viviente: con la contrapartida de fórmulas del género de la dirigida por
Absurbanipal a la diosa: "Yo imploro de ti el don de la vida." Y en
el Zohar (III, 51 a, 50 b), se lee: "Todos los poderes del rey están confiados
a la Matronita", y: "El camino que conduce al grande y poderoso Arbol
de la Vida es la Matronita" (equivalente
a la Shekinah, precisamente como esposa del rey).
De otro lado, se puede hacer
notar que un último eco de este género se ha conservado en el propio
cristianismo: en la Virgen divina, concebida como la mediadora omnipotente de
la gracia, reaparece en efecto el tema general de un principio femenino del que
procede una influencia sobrenatural que se añade a las fuerzas solamente
naturales de la criatura. Abstracción hecha de atributos como los de un himno
acatista que ya hemos citado a título de ejemplo.
Tendremos que volver sobre
este conjunto, considerado en su posible fondo de experiencia erótica. Por el
momento, indicaremos que no es extraño del todo a ciertas concepciones de la
magia, y que se debe ver uno de sus prolongamientos tenebrosos en los fenómenos
del "sucubato" y del "incubato", fenómenos que fueron
conocidos desde la época de los sumerios. A este respecto, se puede citar el
siguiente pasaje de Paracelso: "Esta imaginación deriva del cuerpo sideral
como en virtud de una especie de amor heroico; es una acción que no se realiza
en el emparejamiento carnal. Aislado, un tal amor es a la vez padre y madre del
esperma pneumático. Los íncubos que oprimen a las mujeres y los súcubos que la
emprenden con los hombres tienen su origen en este esperma pneumático"
(30). Esto es lo que, en la Edad Media alemana, recibió el nombre de Alpminne.
En un lenguaje cifrado, Paracelso hace aquí alusión a un poder evocador de la
imaginación que puede conducir a contactos psíquicos con las potencias
suprasensibles del sexo que, justamente sobre este plano, pueden, por así
decir, ponerse al desnudo y por este medio suscitar sensaciones de una
intensidad particular, provocando también imágenes alucinatorias. En lo tocante
a las variedades menos tenebrosas e involuntarias de fenómenos similares, es
justa la interpretación dada por de Guaita, cuando dice que "el íncubo y
el súcubo son dos formas espectrales de un hermaphrodisme convertible de
predominancia unas veces faloide, otras cteimorfe, si se puede decir"
(31). Se trata pues de formas tendenciales de unión absoluta de los dos
principios, el masculino y el femenino, desarrollándose sin embargo sobre una
línea obsesiva (32), por falta de una cualificación y de una pasividad del sujeto
de cara al desarrollo de la experiencia misma; experiencia que, a menudo,
factores imponderables favorecen en parte, y que no se desenvuelve sobre el
plano material. En realidad, se puede observar un desenlace semejante, bajo la
forma casi de una obsesión, en las formas iniciáticas de magia sexual, en los
casos en que ellas fracasan o bien si se las aleja de su verdadero fin: esta
correspondencia es interesante, porque, en este último caso, se sabe bien de
qué se trata, lo que se persigue. En tales situaciones, pueden representar un
papel fuerzas reales objetivas. Como en el caso del "sucubato" y del
"incubato", no siempre es cuestión de puras imaginaciones de un
erotismo esquizofrénico; ello está atestiguado, entre otras cosas, por fenómenos
extranormales ("metapsíquicos", según la termonología de hoy), que a
menudo se han verificado a continuación de la "posesión". Esto es lo
que ocurrió, por ejemplo, y fue constatado, en el siglo XVIII, en el convento
de las Ursulinas de Loudun. En un orden de ideas análogo, la antigüedad conoció
igualmente "prodigios" con ocasión del desenfreno de las ménadas y de
las bacantes, cuando ellas se sentían poseídas por el dios. Plinio y Eurípides
hablan de ello: rupturas de nivel por medio del sexo, que comportaba a veces
una abolición temporal del límite entre el yo y la naturaleza, cuya
consecuencia es la posibilidad de la irrupción del uno (del Yo) en el dominio
de la otra (la naturaleza) o viceversa ("prodigios", en el primer
caso; "obsesiones pánicas", en el segundo). En general, se debe
recordar que lo que, sobre el plano material, llega realizarse raramente de una
manera completa, precisamente sobre el plano "sutil", hiperfísico,
desemboca en formas de desenfreno con todas las consecuencias que de ello se
derivan.
Con un cuadro semejante se
pueden relacionar los aspectos más profundos de lo que se ha llamado el
Misterio del amor platónico medieval. Será preciso que nos detengamos un poco
sobre este tema, porque, al tratarlo, nos acercaremos al dominio del eros
profano mismo, después de la excursión precedente por el dominio inhabitual de
las formas místico-rituales y de las instituciones antiguas.
En su momento, hemos visto
que, aparte todo condicionamiento contingente, el fundamento de cada
experiencia erótica de importancia es la relación que se establece entre una
persona y el principio desnudo, el ser de una individualidad de sexo diferente.
Esto implica un proceso de evocación que, en el fondo, en el eros profano, no
difiere más que por su grado más débil y por su forma instintiva e inconsciente
de aquéllas de las que acabamos de hablar. Krafft-Ebing ha visto justamente en
todo amor un fenómeno de "fetichismo", recordando por otra parte que
esta palabra sacada de la lengua portuguesa significa justamente "encantamiento".
A este respecto, habla de una emoción "que no está justificada ni por el
valor ni por la realidad intrínseca del objeto simbólico", es decir, de la
persona, de la parte de la persona o de la cosa de su pertenencia que provoca
la excitación erótica (33). Havelok Ellis ha retomado esta idea; después de
haber reconocido en el "simbolismo erótico" -gracias al cual la parte
puede representar y evocar el todo (el ser amado o deseado todo entero)- la
base para explicar el fetichismo amoroso en sentido específico, es decir,
perverso (el efecto afrodisíaco provocado por una parte dada de una mujer e
inclusive por un objeto o un vestido suyo), da un paso más y ve con razón el
mismo fenómeno repetirse en gran escala a propósito del ser amado tomado en su
conjunto, el cual a su vez es a menudo como un símbolo que reenvía a alguna
cosa que está más allá de su simple persona (34). Si una persona dada, o ya su
sólo cuerpo excita y embriaga, es porque ella evoca oscuramente algo que la
sobrepasa; así, el "fetichismo" es un hecho normal y constante, no
representando el fetichismo anormal, patológico, más que una variedad
aberrante, pero de la misma estructura interior (35). Evocación y
"fetichismo" son hechos constantes de toda pasión y de todo amor
profundo. Con esto se debe relacionar el impulso del amante a
"idealizar" a la mujer amada casi en la forma de un ser divino, a
hacer de ella el objeto de un culto, de una veneración: el impulso espontáneo a
"adorarla", a ponerse de rodillas delante de ella, inclusive cuando
se trata de una persona que en su humanidad no justifica de ninguna manera esta
actitud y que, por el contrario, y según un juicio objetivo, es absolutamente
inferior al amante en inteligencia, en rango y en género de vida. Una
desviación interviene sin embargo en los casos ya indicados (§ 23), en que la
mujer, soporte de la evocación, en su humanidad invierte las relaciones, en una
vida en sí tan intensa que, por así decir, ella absorbe, devora o quema la
imagen: esto es lo que está en la base de la fenomenología de la esclavitud
sexual -psíquica o física-, con un carácter más o menos obsesivo; fenomenología
que, inevitablemente entremezclada en el amor corriente, paraliza sin embargo,
cuando interviene, toda posibilidad "anagógica" de ese amor.
A la interpretación que
reduce los hechos que acabamos de señalar a un fenómeno de infatuación y de
"proyección" gratuita de valor (según Schopenhauer, dictada por el
"genio de la especie" para la realización de sus fines), de tal forma
que, cuando se disipa la embriaguez del primer amor o con la satisfacción
concreta del deseo, reaparece en toda su banalidad la realidad verdadera del
ser idolatrado, a esta interpretación se debe oponer la otra, que no excluye
que en los hechos indicados intervenga precisamente, en diferentes grados, un
proceso de evocación mediante una fantasía mágica, es decir, de una imaginación
que no se reduce a un sueño subjetivo, sino que es una suerte de sexto sentido,
capaz de hacer percibir o presentir lo que se oculta detrás de las apariencias
fenoménicas y que sin embargo no es del todo irreal, que está provisto de un
más alto grado de realidad. En estos casos, lo que verdaderamente transporta y
produce la fascinación es la "mujer del espíritu" o "mujer
oculta", de la que ya hemos hablado, y el ser humano correspondiente sirve
solamente de intermediario para la experiencia o la activación de esta mujer.
Una imagen primordial que se lleva en sí, en las capas profundas de su ser, se
manifiesta en circunstancias determinadas, en el encuentro de una persona real,
dando lugar a una especie de trance clarividente y ebrio: la imagen que se
tiene en sí es también el eterno femenino percibido objetivamente en el ser
amado, el cual entonces sufre un proceso a menudo fulgurante de
transubstanciación y de transfiguración, casi con el sentido de un
desprendimiento, de una aparición efectiva, de una hierofanía o cratofanía
(36). Este contacto peligroso con algo suprasensible puede ser efecto de un
único momento excepcional, pero puede también persistir durante un cierto
período de tensión más o menos alta, desarrollándose sin embargo de costumbre
en los amantes ordinarios, menos sobre la base de una verdadera percepción, que
del efecto creado por el despertar de intensos estados emotivos. En el amor a
primera vista y en lo que se llama "flechazo", el proceso tiene un
aspecto comparable al de un cortocircuito. Esta realización puede producirse
también de una manera inesperada en su encuentro fugitivo, en la aventura de
una noche con una mujer desconocida e inclusive con una prostituta a quien no
se volverá a ver, según un milagro que puede no repetirse a lo largo de toda
una existencia, pese a las relaciones de afecto y de proximidad que se pueda
tener con otras mujeres. O bien, en el ser amado, la transparencia del poder
superior y su acción en un climax "exaltado" que, para ambos, no es
solamente de evocación y de revelación, sino también de participación efectiva,
puede establecerse por un cierto tiempo.
Ya hemos dicho en su lugar
que la causa ocasional no debe pues ser confundida con el hecho esencial, y se
debe también considerar el margen de contingencia inherente a lo que, aun no
determinándolo, favorece sin embargo o condiciona el fenómeno. Puede
efectivamente ocurrir que el proceso no se alumbre más que en relación con un
ser determinado. Aquí, los condicionamientos más inmediatos de orden empírico,
biológico, somático, inclusive social, son evidentes. Ante todo, el ideal, no
de una belleza abstracta (lo "bello en sí" platónico), sino de la
belleza tipo, propia de una raza determinada, tendrá una parte importante,
porque no es probable, por ejemplo, que un europeo encuentre en una mujer de
color, o perteneciente a una población salvaje, la incitación y la base para la
activación de la imagen primordial que hay en él en el mismo grado que si se
trata de una mujer de su raza o de una raza cercana. Es preciso considerar a
continuación los condicionamientos, asimismo evidentes, de orden biológico,
relacionados con la edad, destino al cual ya el hombre, ya, todavía más, la
mujer, se encuentran sometidos. Con el envejecimiento, con el desfallecimiento
de la base física del amor sexual, el soporte de la evocación mágica se altera
y desaparece, y todo lo que puede subsistir será una cosa diferente, humana
solamente. Así, un personaje de H. Barbusse, hablando del tiempo "que nos
ha afectado en lo interior como una enfermedad", dice a la mujer cuán
preciosa es en un solo momento determinado. "Pienso que este momento no
existirá más, que tú tendrás que transformarte, morir; que te vas y que sin
embargo estás aquí." He aquí la tragedia existencial de todo verdadero
amor. En efecto, es entre los límites de unas edades dadas entre los que,
particularmente la mujer presenta una materia apta para su eventual
metamorfosis (prácticamente es sacando partido de las posibilidades fugitivas
-de los "atractivos"- que se poseen en este breve período de tiempo,
como la mujer intenta ligar a sí para siempre, como persona empírica, a un
hombre, en general por el matrimonio). Ahora bien, todo esto no afecta en modo
alguno ni la realidad del arquetipo, ni la de su evocación y percepción, en
esencia atemporal, no ligada al episodio ni a la persona empírica perecedera:
esto concierne únicamente a las coyunturas necesarias como condiciones de la
aparición, y no el principio que aparece y que de nuevo puede retirarse, como
el fuego se hace invisible, retorna al estado potencial, cuando las condiciones
ordinarias para la combustión no están ya presentes. Que entonces vuelva a
hacerse visible únicamente la realidad prosaica de un ser demasiado humano y efímero
es algo completamente natural, pero no es un argumento en apoyo de una
interpretación abusivamente generalizada de todos estos hechos, a saber, de la
interpretación que los reduce a ilusiones y a un romanticismo vacío.
En un poema de Schelley
(Epipsychidion) el poeta dice: "Mira allí donde surge una mortal -forma
divina: vida, amor y luz- le pertenecen, y un movimiento que podrá cambiar,
pero no extinguirse, imagen de una cualquier eternidad resplandeciente."
En una forma más positiva, digna de ser citada, E. Carpenter expresa la misma
idea: "El joven ve a la joven; puede tratarse de un rostro común, una
figura fortuita del medio más banal. Pero esto desencadena la puesta en marcha.
Surge un recuerdo, una reminiscencia confusa. La figura exterior mortal se ha
fusionado con la figura interior inmortal, y entonces emerge en la conciencia
una forma luminosa y gloriosa que no pertenece a este mundo... El sueño de esta
imagen embriaga al hombre, ella resplandece y arde en él. Una diosa -quizá la
misma Venus- se encuentra en el lugar sagrado de su templo: un sentimiento de
esplendor que inspira terror lo invade y, a su través, el mundo se
transforma... Toma contacto con la presencia muy real de un poder... y él
siente en sí esta vida más vasta, subjetiva si se quiere. pero también
intensamente objetiva. En efecto, ¿no es quizá también evidente que la mujer,
la mujer mortal que provoca esta visión, tenga una cierta estrecha relación con
ella, y que sea preciso algo más que una máscara o una fórmula vacía para recordarla?
No menos que en el hombre, en el interior de ella actúan efectivamente
profundas fuerzas inconscientes, y el ideal que aparece en el hombre de una
manera estática está, con toda probabilidad, estrechamente ligado a lo que
[como arquetipo objetivo] ha actuado de la manera más poderosa en la herencia
de la mujer, contribuyendo a modelar su forma y su rostro. No hay pues que
asombrarse de que su forma la recuerde. Verdaderamente, cuando el hombre mira a
sus ojos, distingue, a través de ellos, una vida mucho más profunda que aquella
de la que ella misma puede ser consciente -y que sin embargo es la suya-, una
vida perdurable y maravillosa. Aquello que hay de más que mortal en él
contempla lo que hay de más que mortal en ella y los dioses descienden para
encontrarse" (37). Aparte los matices idealizantes y poéticos, aparte,
también, una cierta acentuación inmanen tista y biologizante (el capítulo del
que se ha extraído este pasaje sé titula: The Gods as apparitions of the
race-life, es decir, que los arquetipos son esencialmente concebidos en su
aspecto de fuerzas creadoras en el dominio de la vida, de la raza, de la
especie, inclusive si se les reconoce la cualidad de entidades); aparte de
esto, Carpenter ha fijado, mediante estas palabras, los términos esenciales del
proceso de que se trata.
Existe pues una continuidad
entre lo que, más o menos, tiene lugar en el amor profano suficientemente
intenso y lo que pertenece a un plano de evocaciones más reales y secretas que
mantienen la estructura del fenómeno que, con una involuntaria exactitud de
expresión, ha sido justamente llamado el "flechazo": fulguraciones
eróticas, cierres androgínicos de circuito, que tienen el poder de hacer salir
de la conciencia ordinaria, en el mismo sentido de lo que se produce en una
iniciación. Después de este retorno a hechos que ya examinamos al hablar de la
fenomenología liminal del eros profano, hechos que, gracias al examen del
régimen de las antiguas sacralizaciones, se han precisado en su sentido más
completo y oculto, nos encontramos en disposición de interpretar
convenientemente el ejemplo que nos ofrece el "amor platónico"
medieval. Es un ejemplo interesante, porque, en él, los fenómenos en cuestión
no se agotan en la excepción de algunas experiencias individuales confusas y
esporádicas, sino que se presentan en el marco de una verdadera tradición.
Notas a pie de página:
(28) Para su carácter explícito, vale la pena
citar estas palabras dirigidas a la mujer en los ritos de pubertad de los Siux:
"Tú eres el árbol de la vida" (BLACK ELK, The Sacred Pipe, cit., pág.
123).
(29) EVOLA, II mistero del Graal, cit. § 6.
(31) Le Temple de Satan, París, 1916, 1, pág.
222.
(32) No hay que negar la posibilidad de que
ciertas formas maníacas de masturbación tengan un fondo hiperfísico de cópula
mágica sobre la base de la evocación incosciente de un fantasma erótico
vitalizado por la imaginación, que en tal caso asume el papel de un íncubo o un
súcubo. Es significativo el caso en que "la excitación y después la
satisfacción sexual se produzcan bajo la sola influencia de la imagen
primeramente provocada casi intencionadamente y a continuación se reproduzca
con una facilidad cada vez más grande, hasta hacerse automática e incluso
obsesiva" (HESNARD, Manuel de sexologie, cit. pág. 268). E igualmente son
significativos los casos en que el orgasmo sexual obtenido de esta forma pueda
producirse un número inverosímil de veces por día (ibid., págs. 266-267), lo
que hace pensar en una manifestación posible del "placer no
engendrado" o "continuo" de que se habla en el tantrismo.
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