Monsieur Gurdjieff
Monsieur Gurdjieff
Julius Evola
Es raro que aparezcan en
nuestras época –donde corren el riesgo de ser confundidos con algunos
mistificadores- personajes que digan muy a las claras, de forma inquietante,
metafísicamente hablando, a lo que se ha reducido la existencia de la gran
mayoría de personas.
A esta categoría pertenece,
sin sombra de duda, el «misterioso Señor Gurdjieff”, a saber George Ivanovitch
Gurdjieff. El recuerdo de su presencia y de la influencia que ejerce está aún
vivo, aunque haya muerto hace algunas décadas, tal como atestiguan las obras
que le han sido consagradas e incluso las novelas donde figura con otro nombre.
Louis Pauwels, autor de «El Retorno de los Brujos», ha podido escribir un
volumen de 500 páginas, que se reedita constantemente, donde recogió un gran
número de documentos, artículos, cartas, recuerdos, testimonios, que tienen que
ver con Gurdjieff. De hecho, la influencia de Gurdjieff se extiende a los
medios más diversos: el filósofo Ouspensky (que, a partir de su doctrina,
escribía una obra titulada Fragmentos de una enseñanza desconocida, así
como otra titulada La evolución posible del hombre, los novelistas A.
Huxley y A. Koestler, el arquitecto “funcionalista” Frank Lloyd Wright, J.B.
Bennet, discípulo de Einstein, el doctor Wakey, uno de los mayores cirujanos
neoyorkinos, Georgette Leblanc, J. Sharp, fundador de la revista The New
Statesman: todos tuvieron con Gurdjieff. contactos que dejaron huella
profunda.
Nuestro personaje apareció
por primera vez en San Petersburgo, poco antes de la Revolución de Octubre. No
se sabe gran cosa de lo que hizo antes: él mismo se limitó a decir que había
viajado por Oriente en busca de comunidades que guardaban el depósito de los
restos de un saber trascendente. Pero parece que ha sido igualmente el
principal agente zarista en el Tíbet, país que había abandonado para retirarse
al cáucaso donde fue, siendo niño, según contaba, compañero de estudios de
Stalin. En Francia, luego en Berlín, en Inglaterra y en los EEUU, se había
consagrado a la organización de círculos que seguían sus enseñanzas, círculos
titulados “grupos de trabajo”. Un editor francés que se retiraba de los
negocios le ofreció en 1922 la posibilidad de hacer del castillo de Avon, cerca
de Fontainebleau, su "central" donde, en un primer tiempo, creó
algo que tenía mucho de priorato y abadía. Entre los rumores que circulaban a
propósito suyo, algunos concernían al dominio político. Gurdjieff habría tenido
contactos con Karl Haushofer, fundador muy conocido de la
"geopolitica", que ocupó un lugar de primer plano en el III Reich. Se
pretende incluso que estas relaciones le habrían permitido elegir la cruz
gamada como emblema del nacional-socialismo, cuya rotación se efectúa, no hacia
la derecha, símbolo de la sabiduría, sino hacia la izquierda, símbolo del poder
(tal como fue efectivamente el caso).
¿Qué anunciaba Gurdjieff?,
un mensaje como mínimo desconcertante. Pocos hombres “existen”, pocos tienen un
alma “inmortal». Algunos de ellos poseen el germen que puede ser desarrollado.
Por regla general, no se posee un «Yo» desde el nacimiento, es preciso
adquirirlo. Los que no lo logran se disuelven tras la muerte. "Una
ínfima parte de ellos han alcanzado a tener un alma".
El hombre de la calle no es
más que una máquina. Vive en un estado de letargo, como si estuviera
hipnotizado. Cree actuar, pensar, pero en realidad es “actuado”. Son impulsos,
reflejos, influencias de todo tipo los que actúan en su interior. No tiene
“ser”. Las maneras de Gurdjieff no tenían nada de delicadas: "Usted no
comprender, usted idiota completo, usted es un mierdoso», decía a menudo en
su mal francés a los que se aproximaban a él. De Katherine Mansfield, muerta
durante una instancia en su priorato de Avon en busca de la «vía», Gurdjieff
déclaró: "Yo no conocerla", queriendo significar que la muerta
no era nada, que no “existía”.
La vía ordinaria es la de
un individuo constantemente aspirado, o «abstraído”, enseñaba Gurdjieff. “Me
“aspiran” mis pensamientos, mis recuerdos, mis deseos, mis sensaciones. Por la
comida que como, el cigarrillo que fumo, el amor que hago, el buen tiempo, la
lluvia, este árbol, este automóvil que pasa, este libro" .Se trata de
reaccionar, de “despertar”. Entonces nacerá un «yo» que hasta entonces no
existía. Entonces aprenderá a ser, a ser en todo lo que hace y lo que siente,
en lugar de no representar más que la sombra de sí mismo. Gurdjieff llamaba
"pensamiento real», «sensación real», etc, a lo que se manifiesta según
esa dimensión existencial absolutamente nueva que la mayoría de las gentes no
pueden ni siquiera imaginar.
Distinguía igualmente en
cada uno la “esencia” de la “persona”. La esencia constituía su cualidad
auténtica, mientras que le persona no es más que el individuo social,
construído con todas las piezas, y exterior a estos elementos, frecuentemente
ambas no coinciden: o se encuentran gentes cuya “persona” está desarrollada
mientras que su “esencia” es nula o está atrofiada, y viceversa. En nuestro
mundo, el primer caso prevalece: el de hombres y mujeres cuya «persona» está
exacerbada hasta la desmesura mientras que su “esencia” se encuentra en estado
infantil, cuando no está completamente ausente.
No es el lugar de evocar
los procedimientos indicados por Gurdjieff para “despertar”, para anclarse en
la “esencia”, para construirse un “ser”. Sea como fuere, el punto de partida
sería el reconocimiento práctico, experimentado, de su propia “inexistencia”,
este estado casi sonámbulo, el hecho de ser “absorbido” por las cosas, por
nuestros pensamientos y nuestras emociones. Es igualmente a esto a lo que
servía el «método del desorden»: poner en marcha la “máquina” que uno es para
tomar conciencia del vacío que oculta. No hay que extrañarse si algunos de los
que han seguido a Gurdjieff en esta vía han sufrido crisis extremadamente
graves, perdiendo su equilibrio mental hasta el punto de huir del Priorato o
recordar con terror semejantes experiencias donde tenían casi la impresión de
vivir su propia muerte. En cuanto a los que han resistido y persistido en el
“trabajo sobre sí mismos», según las enseñanzas de Gurdjieff, hablan de un
incomparable sentimiento de seguridad y de un nuevo sentido dado a su
existencia.
Parecería que
Gurdjieff ejercía sobre cualquiera que
se le aproximara, casi de forma automática y sin que éste lo quisiera, una
influencia que podía variar desde efectos positivos o deletéreos según los
casos. Está fuera de duda que poseía algunas facultades supranormales.
Ouspensky cuenta que recurría a una ciencia aprendida en Oriente y de la que en
Occidente apenas se conocía “más que una parte insignificante llamada
hipnotismo”. Gurdjieff podía ejercer algunas experiencias, separar la «esencia»
de la «persona» en un individuo dado haciéndolo eventualmente aparecer al niño
o al idiota que se ocultaba tras alguien evolucionado y cultivado o,
inversamente, una “esencia” muy diferenciada al margen de la inexistencia de
manifestaciones exteriores.
Entre los testimonios
recogidos por Pauwels, hay algunos particularmente picantes relativos al poder,
atribuido igualmente en Oriente a algunos yogis (y evocado por un autor tan
digno de fe como Sir John Woodroffe), de "recordar la mujer en la mujer". Una anécdota
refiere que en New York, en un restaurante, una mujer, joven escritora muy
segura de sí misma, se encontraba cenando con su compañero. Ella le muestra al
“famoso” Gurdjieff, sentado en una mesa cercana. La joven lo contempla con un
aire de superioridad evidente, pero, al mismo tiempo, empieza a palidecer y a
desfallecer. Esto no deja de extrañar a su compañero, que conocía su gran
dominio sobre sí misma. Más tarde, ella cuenta: “¡Este miserable! He mirado
a este hombre y él se ha dado cuenta de que la miraba. Entones me ha mirado
fríamente y, en este momento, me he sentido violentada íntimamente con tal
precisión que he experimentado un orgasmo!"
Gurdjieff apenas dormía
unas pocas horas: se le llamaba «aquel que no duerme». Alternaba una forma de
vida casi espartana con banquetes de opulencia ruso-oriental desaparecida desde
hacía mucho. En 1934, fue víctima de un accidente de automóvil muy grave.
Permaneció tres días en coma, pero recuperó el conocimiento pronto y pareció
haber rejuvenecido, como si el choque psíquico, en lugar de lesionar su
organismo, lo hubiera galvanizado. Numerosas episodios de este tipo se cuentan
sobre él. Algunos los hemos podido oír directamente, por boca de algunos de sus
discípulos que pertenecieron a un «grupo de trabajo» mexicano. Naturalmente, un
proceso de «mitificación» es inevitable en casos de este tipo, y no es fácil
distinguir lo real de lo imaginario. Gurdjieff no ha dejado casi escritos y lo
que ha publicado es de una calidad bastante mediocre, pero es extremadamente
frecuente que aquel que es “alguien” no tenga ni las cualidades, ni la
preparación, para ser escritor: su enseñanza es impartida directamente y
ejerció en mucho una innegable influencia. Tal como hemos dicho, a parte de la
recopilación de testimonios realizada por Pauwels en su obra Monsieur
Gurdjieff, hay que recurrir a Ouspensky para conocer sus enseñanzas.
Gurdjieff murió a la edad
de 83 años, en plena posesión de todos sus medios y diciendo irónicamente a los
discípulos que lo asistían: “Os dejo un buen enredo”. Hoy, aún, no cesa
de ser citado y, como se ha dicho, aquí y allí, en Inglaterra, en Francia y en
África del Sur, los restos de los grupos que se habían constituido bajo su
influencia, aun subsisten.
[Diario Roma, 16 de abril de 1972]
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