CÓMO VIVIMOS DURANTE EL SUEÑO
Prentice Mulford
Existen sentidos que son propios de
nuestro cuerpo, como hay otros que son propios de nuestro espíritu. Nuestro
espíritu es una organización muy distinta de la que constituye nuestro cuerpo.
El espíritu tiene ojos y oídos, como posee también el tacto, el gusto y el olfato.
Sus ojos pueden alcanzar a ver diez mil años más lejos que los ojos del cuerpo,
y sus restantes sentidos son así mismo infinitamente superiores, de modo que en
el plano corporal estamos haciendo uso de una serie de sentidos de orden muy
inferior. El ojo corporal, comparado con el ojo del espíritu, no es más que un
simple atisbo, una pobre promesa de lo que es la profunda mirada espiritual.
Los sentidos todos del cuerpo, comparados con los del espíritu, son
relativamente burdos, y están, por consiguiente, dispuestos para ser empleados
en un plano de vida relativamente tosco. Nuestro cuerpo, con sus groseros
sentidos, está formado para trabajar como quien dice en minas de carbón, aunque
destinado a esferas más altas. Sin embargo, existe la posibilidad para el
cuerpo de modificar su estado y con el propio espíritu trasladarse a más
elevados y más sutiles órdenes de existencia, pues nuestro cuerpo posee en
verdad ojos clarividentes y oído finísimo, pero no pueden alcanzar en nuestro
medio todo su desarrollo, tal como algunos animales tienen cerrados estos
sentidos en su primera infancia. En algunas personas, en cambio, estos sentidos
se abren muy prestamente y aun antes que los demás sentidos de orden
espiritual, lo cual constituye una sazón prematura.
El ojo clarividente es el ojo espiritual,
y está como colocado en el pináculo de todo pensamiento. Dirigid vuestro
pensamiento a Londres, y si tenéis desarrollado el ojo espiritual, con el
pensamiento vuestro él llegará a Londres también. Y otro tanto sucede con el
oído espiritual y con los demás sentidos del mismo orden, los cuales nunca
constituyeron ni constituyen un don especial para algunas personas, pues son
propios de todos nosotros y en todos nosotros se hallan en germen.
Nuestros sentidos espirituales han quedado
en nosotros inutilizados, desde el nacimiento, por una continua falta de
ejercicio, y de esta manera han llegado a perder sus naturales condiciones de
acción. Cuando abandonamos nuestro cuerpo al sueño, caemos en un estado
semejante al de una persona que por cualquier motivo queda ofuscada o aturdida.
Vemos sin mirar y oímos sin escuchar. En ese estado nuestros ojos espirituales
pueden ver, pero no guardarán memoria muy distinta y clara de lo que han visto.
En un estado parecido podemos retener la imagen, más o menos confusa, de
una multitud de rostros que vimos a nuestro lado, pero esto es todo.
En
condiciones del todo semejantes a ésas, puede el espíritu salir del cuerpo y
vagar en torno de él o deslizarse muy lejos. Hace nuestro espíritu
entonces lo mismo que un niño a quien no se permite salir fuera de la puerta de
su casa, pues que en cuanto halla ocasión se escapa, dando gusto a su capricho
o su fantasía. Así hemos dejado en el cuerpo nada más que los físicos o
materiales sentidos de la vista, del oído y del tacto, convirtiéndolo en
asiento de sentidos totalmente ineducados, y por los cuales, empero, nos hemos
de guiar, pues siempre nos enseñaron a negar la realísima existencia de los
verdaderos sentidos. Enseñar a un niño, así que empieza a despertar su
conciencia, a no creer tal y cómo es lo que ve y lo que oye, resultaría siempre
en menoscabo de la perfección de sus sentidos. Pero educándose el niño por sí
mismo y gradualmente, aprende a hacer uso de sus sentidos corporales del modo
más perfecto y apropiado.
El
niño no tiene idea exacta de la distancia. Quiere alcanzar cosas que están muy
lejos de él, imaginándose que las tiene al alcance de su mano. Se arrojaría a
los precipicios si se lo dejase abandonado a su propio impulso, y a costa de
muy duras experiencias aprende que no se puede tocar el carbón encendido o el
hierro candente. Necesita muchos años para la educación de sus sentidos
corporales, hasta poder usarlos adecuadamente.
Nuestro espíritu tiene sus sentidos
propios, los cuales carecen de exteriorización normal en este plano de
existencia; pero año tras año, perennemente, los dejamos sin ningún ejercicio
ni educación. En lo que llamamos sueños, no vemos nunca con los ojos ni oímos
con los oídos corporales, sino que vemos y oímos con nuestros sentidos
espirituales.
Al dormirnos queda el cuerpo casi
literalmente muerto, mientras que el espíritu permanece vivo, hallándose
entonces en condiciones casi iguales a las del niño cuando no tiene todavía bien
educados los sentidos físicos. ¡Qué idea de nuestros sentidos espirituales
hemos de tener entonces, si los hemos de comparar con los del cuerpo, por
haberlos dejado siempre abandonados! Entonces es cuando somos nosotros mismos,
pero quedamos bajo la impresión de que no hemos abandonado todavía la envoltura
que nos cubre durante el día, o sea el cuerpo, y juzgamos todo lo que vemos con
arreglo a una serie de sentidos muy inferiores, los físicos, pues de los
espirituales no aprendimos a hacer uso jamás.
Durante la noche, con el abandono del
cuerpo, nos transformamos o pasamos a ser un verdadero espíritu viviente;
empero quedamos como sin acción propia, a causa de que hemos de hacer uso de
los sentidos espirituales en la misma forma que durante el día usamos los
sentidos físicos o corporales. De ahí que usemos muletas, teniendo en realidad
dos buenas y muy sanas piernas, a las cuales les falta sólo un poco de práctica
para que podamos andar bien con ellas.
Muchas personas que están completamente
separadas de su cuerpo se hallan en esas mismas condiciones, y es cuando
principalmente pueden mezclarse con nuestros espíritus al quedar éstos
separados de nuestro cuerpo, pudiendo ser atraídos con facilidad hacia ellos a
causa de que nuestro espíritu, después de haber permanecido tan largo tiempo
ineducado, ha adquirido ya la costumbre de andar a ciegas. Nuestro espíritu ha
llegado a caer en estos hábitos tan perjudiciales a su acción del mismo modo
que nuestro cuerpo adquiere también ciertas viciosas y rutinarias costumbres,
que luego muy difícilmente logramos abandonar. Vemos todos los días hombres
que, sin propósitos y sin aspiraciones de ninguna clase, confían y esperan, sin
embargo, en que algo les ha de divertir o entretener. Un hombre que vive sin
propósito y sin aspiración alguna en esta vida, pronto verá su inteligencia
degenerar y hacerse muy inferior. Nuestro YO espiritual está en estas mismas
condiciones, por causas totalmente iguales. Con frecuencia se halla fuera del
cuerpo rodeado por otros espíritus también sin propósito y sin aspiración
determinados, y no sabe nunca lo que con ellos hace o puede llegar a hacer.
La más viva fantasía no podrá nunca llegar
a describir lo que cada uno de nosotros hace o ejecuta durante la noche, solo o
junto con otros espíritus. Estos miles y miles de ciegos que han abandonado
temporalmente el cuerpo, se extravían, andan y corren a tientas por todas
partes, por sus casas, por las calles de las ciudades y por los campos, unas
veces cerca, otras veces muy lejos; pero no están nunca dormidos, sino
despiertos, aunque andan y discurren como hallándose en un sueño, que no es un
sueño en realidad. Algunas veces sucede que abre el espíritu sus ojos, y
entonces ve a gente conocida o extraña, escenas que le son muy familiares o que
no ha observado jamás. Pero en casi ninguna ocasión nos dejan estos
descubrimientos una verdadera satisfacción, pues hemos sido inconscientemente
educados en la incredulidad de lo que vemos hallándonos en ese estado. Por esto
nunca aceptamos como realidad nada de eso, y lo que la inteligencia de un modo
tan persistente rehúsa aceptar como cosa real, nunca la memoria lo retendrá
considerándolo verdadero.
Sucede a algunas personas que, al morir,
cree su espíritu que se halla todavía en posesión del cuerpo físico, y puede
permanecer en esta situación durante muchos años, viviendo con nosotros y
figurándose hasta que duerme y come con nosotros, siempre en ese grado de
existencia que, aunque les hace invisibles a nuestros ojos, están, sin embargo,
cerca. Por esto puede afirmarse que, en esta situación, el espíritu tiene
sentidos que corresponden exactamente con los nuestros y puede usar de ellos
asimismo como usamos de los que nos son propios, y es que no hay en la
naturaleza transiciones violentas de ninguna clase. Los seres, al abandonar el
cuerpo físico, no siempre entran enseguida en una gloriosa condición de
existencia, a menos que su inteligencia estuviese ya muy despierta en su vida
terrena, caso en el cual podrían apreciar cada cosa correspondiendo estrictamente
con su cotidiana experiencia. En el mundo invisible, nuestros amigos pueden
también recibirnos al llegar como recibimos a los huéspedes en nuestra propia
casa; pero sólo somos huéspedes, pues no podemos permanecer en estos círculos a
menos que espiritualmente formemos ya parte de ellos. Y si un espíritu es de un
orden inferior, estará obligado, después de algún tiempo, a volver al orden o
plano espiritual a que pertenecía en el momento de abandonar su cuerpo físico.
No podemos comenzar a construir el propio edificio por arriba, y nuestra morada
en el espacio la hemos de construir nosotros mismos, con el propio esfuerzo.
Esto podemos hacerlo más concienzudamente y con mayores ventajas aquí en la
tierra, mientras disponemos del cuerpo físico, que más adelante, cuando ya el
cuerpo nos ha abandonado, ya que es ley de la naturaleza que esto lo hayamos de
hacer nosotros mismos, aunque sólo puede cumplirse en el transcurso de muchas
individualidades, pues son necesarias mucha ciencia y mucho poder desarrollado
en algunas de las más elevadas esferas de la existencia. Todos estos órdenes
espirituales están fuera de nuestro poder de comprensión; pero de este mismo
modo podemos decir que ha sido y es aquí hecha la construcción de nuestros
templos, o sea nuestro propio espíritu, y éste nada mejor puede desear de
nosotros sino que levantemos su templo, como hacemos en la tierra, y con el
mismo felicísimo resultado. Esto es tan sencillo, al cabo, como la edificación
de la propia felicidad individual, aunque en más grandes y más amplias
proporciones.
Nuestro primer error, al considerar el
fenómeno físico que llamamos sueño, consiste en creer que el espíritu no se
aleja del cuerpo; por lo cual, lo primero que hemos de hacer es procurar huir
de esta crasa equivocación. Hemos de fijar bien esta idea en la mente antes de
dormirnos, de manera que si despertamos en lo que solemos calificar de sueño,
sepamos ya que no hemos de usar entonces para nada el cuerpo físico. Antes de
dormirnos hemos de fijar también, tan profundamente como podamos, la concepción
que tengamos del propio espíritu, o mejor, la organización invisible que
durante el día nuestro cuerpo emplea.
La última idea que hemos tenido al
dormirnos es la misma que perdura vigorosamente en nuestro espíritu en el
momento en que éste abandona el cuerpo; y si persiste en él, nos acompañará en
esto que llamamos nuestros sueños, y será la guía mejor para el descubrimiento
o reconocimiento definitivo de nuestro verdadero YO, todas las veces que
saliera y se alejara el espíritu de nuestro cuerpo.
Tengamos, pues, siempre presente este
reconocimiento de nosotros mismos como espíritu, fijando esta idea en nuestro
cerebro, y no dudemos que será de gran ayuda a nuestros amigos invisibles de la
otra vida para reconocernos y para despertar y mantener en nosotros el
conocimiento del verdadero YO.
El más sabio y el más poderoso espíritu,
que durante el día o mientras esté en posesión del cuerpo os podrá dar
abundantísimas fuerzas intelectuales, puede muy bien ser hábil para hacer lo
mismo cuando se ha separado del cuerpo, o sea por la noche, en las horas del
sueño, en las condiciones de que antes hemos hablado. He aquí por qué muchas
veces, en lugar de subir durante la noche a más altas regiones del espíritu,
descendemos, aunque a ciegas y por la sola fuerza de un hábito de antiguo
contraído a esferas mucho más profundas. De ahí también que mientras estamos en
plena posesión del cuerpo podemos portarnos como bien educados y vivir durante
el día en las más elevadas regiones intelectuales. Sucede todo lo contrario por
la noche, a pesar de estar bien educados en la escuela de los sentidos físicos,
pues el espíritu, al abandonar el cuerpo, no puede llevarse esa educación
consigo. Y es que entonces vemos y oímos con los sentidos propios del espíritu,
y creemos, sin embargo, estar en uso todavía de los sentidos corporales, lo que
origina en nosotros una gran confusión, confusión que no hay palabras que
puedan expresar, pues no existen en esta vida condiciones similares que nos
permitan dar de ella ni siquiera una idea aproximada.
Necesitamos ofrecer a nuestros poderosos
amigos del mundo invisible, al abandonar el cuerpo, siquiera una indicación que
los guíe para que puedan ayudarnos al despertamiento espiritual, para que, una
vez descubierto nuestro verdadero YO, podamos dirigirnos a la región o esfera
que nos es propia. La idea bien firme de nuestro YO como espíritu, con una
existencia distinta y aparte de la existencia del cuerpo, puede ser para
nosotros una guía. Una idea es cosa tan real, que puede compararse con un
alambre telegráfico, viniendo a ser como el hilo de comunicación tendido entre
ellos y nosotros, pues no estaremos siempre unos y otros en el mismo grupo o en
las mismas e inferiores capas de la existencia. Es claro que ellos pueden
descender, si lo desean; pero prefieren atraernos hacia su mansión propia, como
si dejáramos al país en que habitan, donde todo es tan hermoso y tan
extraordinario, que no hay pluma que lo describa ni pincel que lo pinte, y
donde ni en una muy pequeña parte siquiera podemos vivir actualmente. Si
supiésemos mantener siempre firme este recuerdo durante el día, mientras el
espíritu está en plena posesión del cuerpo, sería lo mismo que traer a la
tierra la vida celestial, constituyendo ello como un impulso dado en la buena
dirección para llegar al completo abandono de los placeres bajos y dedicarnos a
la realización de una más elevada y pura existencia. Pero toda abnegación y
todo sacrificio ha de tener un propósito: y aquí el romper totalmente con los
placeres efímeros, que dejan siempre tras sí penas duraderas, ha de conducirnos
a la obtención de un inmenso placer que nunca nos producirá dolor de
ninguna clase.
Con cuanta mayor persistencia, en el
momento de dormirnos, fijemos en el cerebro la idea de que no hemos de usar ya
de nuestros sentidos corporales, al cabo de algún tiempo de permanecer en ese
estado que llamamos sueño, tanto más fácilmente descubriremos esta clase de
verdades, exclamando entonces con entero conocimiento:
“Esto es tan real como lo es mi cuerpo y
tanto como lo es mi vida durante el día, y lo único que sucede es que me hallo
en un diferente estado de existencia”.
En las condiciones en que ahora se
efectúa, la vida del espíritu que se realiza fuera del cuerpo durante la noche,
más produce en él un vano desgaste de fuerzas que una verdadera vivificación y
robustecimiento de las mismas. Inconscientemente podemos vernos arrastrados
hacia personas o escenas que nos sean repulsivas, conducidos por corrientes
espirituales bajas y groseras, y por ellas llevados, así como un niño ignorante
que intenta vadear un río, y es arrastrado por la imperiosa corriente. No
sabemos nada de la acción del espíritu en las movedizas corrientes
espirituales, y deberíamos advertir que las más bajas y malas o de inferior
naturaleza son muy poderosas en las capas más próximas a la tierra; nada
sabemos tampoco de nuestro poder como espíritu ni de nuestros sentidos espirituales,
por lo que al abandonar el cuerpo, durante la noche, nos hallamos tan
desvalidos y sin fuerzas como un niño que acaba de nacer.
Si nos fuese posible seguir la recta
dirección hacia las más altas y superiores regiones del espíritu, dejando atrás
la corriente de los oscuros y groseros espíritus que nos rodean aquí por todas
partes, nos veríamos llegar finalmente a un bello país, esplendorosamente
iluminado y cubierto de flores, todo ello realzado por un admirable panorama,
hallándonos en él reunidos con las personas que más hemos deseado ver y con las
cuales estamos más íntimamente unidos en espíritu, descansando en medio de
inmensos placeres, que no nos dejarían sin embargo privados de la contemplación
de escenas y paisajes de indescriptible encanto. Allí tendríamos plena
conciencia de la vida y gozaríamos al mismo tiempo de un dulce descanso,
pensando en las cosas de la vida con todo sosiego; y al llegar la mañana
podríamos reintegrar el espíritu al propio cuerpo, llevando consigo renovadas
fuerzas. Una de estas noches esplendorosas valdría tanto como un buen descanso
para el espíritu y sería un saludable estímulo para la vida del cuerpo, pues
los sentidos espirituales se abren y se ensanchan en esa elevadísima región
donde moran los espíritus adelantados. He aquí el modo de librarnos de lo que
constituye ahora nuestra esclavitud nocturna, pues nuestro contacto con las más
elevadas regiones del espíritu llegaría de este modo a hacerse permanente,
consiguiendo al fin el poder de volver a ellas en busca de nuevas fuerzas cada
vez que nos viésemos asediados por las bajas corrientes espirituales que aquí
nos rodean.
Todo lugar donde se reúnan personas de
baja mentalidad, puestos más o menos bajo la influencia de pasiones rastreras,
cualquiera que sea su carácter distintivo, será siempre un foco de malas ideas,
y estas ideas salen de allí formando como un verdadero riachuelo, aunque
invisible, y fluyen y corren lo mismo que el agua que mana de una fuente.
En las grandes ciudades, todos estos
lugares insanos forman muchos miles de riachuelos de inmundos elementos
espirituales, juntándose los unos con los otros, aunque nunca llegan a formar
un vivo y rápido torrente, sino que más bien resultan una corriente mansa y
engañosa, en la cual nos dejamos inexpertamente caer, permitiendo que
dulcemente nos arrastre. Toda reunión de personas habladoras, chismosas o
aficionadas al escándalo no es más, en definitiva, que una
reunión de espíritus afines. Esto es lo que sucede en toda familia en la cual
reinan el desorden, la malquerencia, el trato grosero o la petulancia. La alta
sociedad y la que llamamos inferior en la escala social pueden de igual modo
contribuir al aumento de esa inferior corriente espiritual. Los espíritus más
puros no pueden vivir en esa inferior corriente espiritual sin ser por ella
afectados de un modo asaz desfavorable, lo que les exige un gasto continuo de
fuerzas para defenderse de ella, andando mezclados y enredados con los
espíritus inferiores, que nos ciegan con su oscuridad y nos aplastan con su
peso enorme. De este modo sin embargo, podemos obtener noticia de muchos
insanos deseos, de que estamos libres, engendrados en lejanos países que se
extienden más allá del pueblo en que vivimos. Lo indudable es que las montañas
elevadas se hallan más libres de esos espíritus bajos, siendo éste un principio
que está plenamente conforme con la ley de gravitación. Los bajos espíritus
buscan siempre los sitios inferiores o más bajos, como todo lo que es pesado y
grosero. La industria, el comercio y toda clase de manufacturas exigen,
desgraciadamente, para su asiento lugares llanos y bajos, junto al mar o a
orillas de un río.
En la futura y más perfecta civilización,
será su objetivo principal la constitución de hombres y mujeres cada vez más
perfectos, así como el descubrimiento de reales y duraderos placeres. Las
futuras ciudades serán construidas en sitios elevados o en las montañas, y de
esta manera las bajas emanaciones, visibles e invisibles, no podrán llegar a
ellas, quedándose como filtradas en lo más profundo de la tierra.
Ahora muchos de estos dañosos e invisibles
elementos están junto a nosotros, nos rodean, y de ahí la necesidad en que nos
vemos de formar grupos de personas que aspiren naturalmente a lo más puro, las
cuales, reuniéndose con frecuencia, en la comunión de sus conversaciones y aun
en la de su silencio, pueden dar origen a una corriente de más puros pensamientos
e ideas.. Los que participan en esta común acción ven aumentar el poder que a
cada cual le es dado, lo mismo el poder corporal durante el día que el poder
espiritual durante la noche, no pudiendo ser ya tan fácilmente dañados y muchas
veces vencidos por las destructoras corrientes que intentan prevalecer sobre
los buenos, llegando a formar de este modo una cadena de comunicación con las
más altas, las más puras y más poderosas regiones del espíritu. Cuantos más
seamos los que formalmente deseemos formar parte de esta comunión, más fuerte
será la cadena. No podemos fácilmente hacernos una idea de esos
poderes de las tinieblas que por todas partes nos rodean, como tampoco del
trabajo inmenso que nos cuesta resistir a una sola de esas bajas corrientes
espirituales.
La corriente espiritual originada por un
grupo de personas, aunque sea poco numeroso, que se hallen de perfecto acuerdo
y animadas de benéficas y amorosas intenciones, es de un valor tal que no
podemos formarnos una idea, pues ahí está la más poderosa de todas las fuerzas
espirituales. Así es como atraemos al grupo que formamos la idea del bien, y
con esta idea la fuerza de la potente y benéfica sabiduría espiritual, que
viene a nosotros con el deseo formal de ayudarnos, iluminando nuestro entendimiento,
fortaleciendo nuestro cuerpo, echando fuera toda enfermedad o insania, y
creando nuevas ideas y nuevos planes para toda clase de negocios legítimos y
honrados. No nos es posible en nuestra situación actual comprender cómo muchos
de nosotros nos vemos alejados del éxito y arrojados a un inferior plano de
vida, inconscientemente arrastrados y aun en parte cegados y confundidos por
las bajas corrientes espirituales que nos rodean. Hemos de aceptar estas
condiciones de vida como una necesidad, la cual no pueden comprender ni las
inteligencias más finas y sutiles. Hemos de pensar que podemos ser absorbidos
por la timidez de otros, como podemos también absorber su inercia y su falta de
energía.
Nuestros períodos de falta de confianza en
nosotros mismos y de fatal indecisión pueden ser el resultado de la absorción
de estos inferiores elementos. Nunca sabremos hasta dónde somos ciegos, ni
sabremos nunca claramente cuando un hombre o una mujer cualquiera puede sernos
perjudicial o nos puede hacer algún beneficio. Lograremos, empero, la
producción de un más alto poder espiritual juntándonos en concierto de las más
puras intenciones, como lo es la inquisición de la verdad, la cual beneficia a
los demás tanto como a nosotros mismos, ilumina nuestra inteligencia, aumenta
nuestra salud física y levanta dentro de nosotros mismos una gran fuerza en
virtud de la cual podremos dar final cumplimiento a los buenos propósitos, en
el orden material. Todo esto se funda en que “primero hemos de buscar el reino
de Dios, y todas las demás cosas nos serán dadas por añadidura” en virtud de la
fuerza creada en nosotros por la frecuente reunión fraternal con otros
buenos espíritus, en la cual adquiriremos una especie de fuerza magnética capaz
de atraer hacia nosotros todas aquellas cosas que sabemos de cierto que han de
sernos beneficiosas.
El nuevo mundo descubierto por Colón es
una cosa insignificante comparada con los que fabricamos nosotros más allá de
la puerta de nuestra casa y en los cuales inconscientemente penetramos todas
las noches, contemplando con los ojos corporales, a través de las paredes de
las habitaciones, las calles y los campos con todo lo más notable que de ellas
conocemos, y también las casas, los bosques y las montaña, pero todo ello como
sosteniéndose en el aire, llenando imaginariamente el espacio con grandes
edificios, con multitudes enormes y con toda clase de impalpables copias de
cuanto vemos ordinariamente en torno.
Las visiones producidas por el uso del
opio y de otras substancias análogas, podemos afirmar que son verdaderamente
realidades, siendo debidas a que bajo su influencia el espíritu se desprende
más completamente del cuerpo. El espíritu recibe así como una fuerza artificial
con los elementos que va sacando de las substancias antes nombradas o de otras
que tienen también la propiedad de producir en nosotros honda somnolencia.
Ayudado por estos elementos, el espíritu puede accionar mucho mejor, y es estimulado
más fuertemente a salir de sus habituales caminos mientras el cuerpo duerme, subiendo
de este modo a más altas y más sublimes regiones, donde ve maravillosos
espectáculos que nunca podrán realizarse en nuestra pobre tierra.
Pero
el espíritu se ve de esta suerte obligado a entrar en combinación con elementos
que son para él excesivamente sutiles, pues está todavía ligado al cuerpo que
ha dejado atrás, y como, por esta misma razón, no puede tampoco retenerlos, no
tiene más remedio el espíritu que volver al cuerpo, sin que haya aumentado su
fuerza. De ahí la reacción terrible y el estado miserable en que cae el fumador
de opio, apenas han cesado los efectos producidos por esta terrible droga. De
esta manera, sin embargo, podemos llegar a vivir en condiciones muy semejantes
a las de que gozan los espíritus más elevados en su propia región, mucho antes
de que hayamos espiritualmente crecido lo bastante, siendo los elementos
absorbidos por aquel medio excesivamente sutiles para ser empleados en el plano
de nuestra actual existencia.
Empero, el uso continuado de dichas drogas
puede llegar a hacer apto nuestro espíritu para la absorción de esta clase de
elementos y llegar hasta a apropiárselos de tal modo que perdure su influencia
al volver el espíritu a la tierra, con la que nuestra entera organización entonces
mejorará no poco. Seríamos algo así como un habitante de los dos mundos a la
vez, el físico que nos rodea aquí abajo, y el espiritual, en el grado o esfera
a que estamos naturalmente destinados. De este modo será precisamente la existencia
futura en este nuestro planeta. Ésta es la Nueva Jerusalén que nos será dada
aquí abajo.
En el transcurso de este mundo nuestro,
muchos hombres y mujeres han despertado en esta vida y han vivido en ella
usando empero sus cuerpos, por los cuales han sido conocidos. Habla el apóstol
Pablo de existencias que alcanzarán el tercer cielo y verán en él cosas
verdaderamente inefables. Swedendorg estuvo estrechamente relacionado con ese
mundo, como lo estuvieron otros muchos seres en las pasadas edades; pero fueron
bastante discretos para guardar su conocimiento para ellos solos, pues nada de
lo que pudiesen contar hubiera sido creído en su tiempo, y aun les hubiera
podido acarrear consecuencias nada agradables.
Pero el tiempo de tales ocultaciones ha pasado
ya. Muchas inteligencias van despertando y son hoy capaces de entender, cuanto
menos, estas verdades, haciéndose cada vez más numerosos en la tierra los
espíritus reencarnados que en otras existencias terrenales pudieron tener
conocimiento siquiera parcial de estas grandes verdades, que quieren ahora
hacer reconocer por los demás tan completamente como ellos las reconocieron.
Los tiempos en que el materialismo pudo
aplastar toda espiritual verdad están ya muy lejos, y los tiempos en que toda
verdad espiritual se demostrará por sí misma, venciendo todo materialismo, han
comenzado realmente. Para ello no es necesario formar muchos grupos o núcleos
de personas que hagan vivir estas verdades. Por un pequeño agujero puede verse
un inmenso panorama. El punto en que el buque tiene amarrado el cable para
sacarlo del bajo en que encalló tiene muy pocas pulgadas, pero basta para hacer
sobre el barco toda la fuerza que sea necesaria para salvarlo. Del mismo modo,
las pocas personas que hoy gozan del conocimiento de que trata este capítulo,
tienen, sin embargo, ellas solas poder bastante para la acción que hemos
descrito minuciosamente.
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