LOS ELEMENTOS Y SUS HABITANTES (1)
Manly
P. Hall.
La
exposición más lúcida y completa sobre pneumatología (la rama de la filosofía
que trata de la sustancia espiritual) que existe se debe a PhilipusAureolus
Paracelsus (Theophrastus Bombastus von Hohenheim, príncipe de los alquimistas y
de los filósofos herméticos y verdadero poseedor del secreto real (la piedra
filosofal y el elixir de la vida). Paracelso creía que cada uno de los cuatro
elementos primarios conocidos por los antiguos (la tierra, el fuego, el aire y
el agua) estaba compuesto por un principio sutil y vaporoso y una sustancia
corpórea basta.
Por
consiguiente, el aire tiene una naturaleza doble: está compuesto por una
atmósfera tangible y por un sustrato volátil intangible al que podemos llamar
«aire espiritual». El fuego es visible e invisible, discernible e
indiscernible: una llama espiritual y etérea que se manifiesta a través de una
llama material y sustancial. Si continuamos con la analogía, el agua es un
líquido denso y una esencia potencial de naturaleza fluida. La tierra también
tiene dos partes esenciales: la inferior es fija, terrenal e inmóvil y la
superior es enrarecida, móvil y virtual. En general se aplica el nombre de «elementos»
a las fases inferiores o físicas de estos cuatro principios primarios y la
expresión «esencias elementales», a sus correspondientes constituciones
invisibles y espirituales. Los minerales, las plantas, los animales y los
hombres viven en un mundo compuesto por el aspecto basto de estos cuatro
elementos y a partir de sus distintas combinaciones construyen sus organismos
vivos.
Henry
Drummond, en La ley natural
en el mundo espiritual, describe este proceso de la siguiente manera:
«Si analizamos este punto material en el que comienza toda la vida, veremos que
consiste en una sustancia gelatinosa y amorfa, semejante a la albúmina, o la
clara de huevo.
Está
compuesta de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno, se llama “protoplasma” y
no solo es la unidad estructural con la que empiezan en la vida todos los
cuerpos vivos, sino aquella de la que se componen posteriormente.“El
protoplasma —dice Huxley—, simple o con núcleo, es la base formal de toda la
vida. Es la arcilla del alfarero”».
El
elemento agua de los filósofos antiguos se ha convertido en el hidrógeno de la
ciencia moderna; el aire se ha convertido en oxígeno; el fuego, en nitrógeno, y
la tierra, en carbono.
Así
como la naturaleza visible está poblada por una cantidad infi nita de criaturas
vivas, en el equivalente invisible y espiritual de la naturaleza visible
(compuesta por los principios tenues de los elementos visibles) viven, según
Paracelso, gran cantidad de seres peculiares, a losque ha dado el nombre de
elementales y que posteriormente se han llamado espíritus de la naturaleza.
Paracelso clasificaba a aquellos seres elementales en cuatro grupos
distintos, que él llamaba gnomos, ondinas, silfos y salamandras. Enseñaba que
en realidad eran seres vivos, que muchos se parecían a los seres humanos por su
forma y que habitaban sus propios mundos, desconocidos para el hombre,
porque sus sentidos, como no estaban bien desarrollados, no podían funcionar
más allá de las limitaciones de los elementos más bastos.
Las
civilizaciones de Grecia, Roma, Egipto, China e India creían de forma implícita
en sátiros, duendecillos y trasgos y poblaban el mar de sirenas, los ríos y
fuentes de ninfas, el aire de hadas, el fuego de lares y penates y la tierra de
faunos, dríadas y hamadríades. A estos espíritus de la naturalezase los tenía
en altísima estima y se les hacían ofrendas propiciatorias. De vez en cuando,
como consecuencia de las condiciones atmosféricas o de la sensibilidad peculiar
de los devotos, se volvían visibles. Muchos autores escribieron acerca de ellos
en términos que demuestran que realmente habían visto a aquellos habitantes de
los reinos más perfectos de la naturaleza. Varios expertos opinan que muchos de
los dioses que los paganos adoraban eran elementales, porque se supone que
algunos de aquellos seres invisibles tenían una estatura
imponente
y un porte magnífico.
Los
griegos llamaban daemon a algunos de estos elementales,
sobre todo a los de los órdenes superiores, y los adoraban. Es probable que el
más famoso de aquellos daemons fuese el espíritu misterioso que
instruyó a Sócrates y del cual el gran filósofo hablaba en términos de lo más
elevados. Los que han estudiado a fondo la constitución invisible del hombre se
dan cuenta de que es bastante probable que el daemon de Sócrates y el ángel de Jakob
Böhme en realidad no fueran elementales, sino la propia naturaleza divina que
predominaba en aquellos filósofos. En sus notas al Apuleius on the God of Socrates,
Thomas Taylor afirma lo siguiente:
“Como
el daemon de Sócrates pertenecía, sin duda,
al máximo orden, por lo que se deduce de la superioridad intelectual de
Sócrates con respecto a la mayoría de los hombres, se justifica que Apuleyo
llame Dios a este daemon.
Que el daemon de Sócrates era, efectivamente,
divino, resulta evidente a partir del testimonio del propio Sócrates en el
primer Alcibíades, porque,
en el transcurso de aquel diálogo, dice con toda claridad: “Hace mucho que
opino que el Dios todavía no me ha ordenado que mantenga ninguna conversación
contigo”.
Y en
la Apología de Sócrates manifiesta, sin dejar lugar a
dudas, que a su daemon le corresponde una trascendencia
divina y que considera que figura en el orden de los daemons.
En
una época se pensaba que los elementos invisibles que rodeaban la tierra y se
compenetraban con ella estaban poblados por seres vivos e inteligentes, pero la
idea puede resultar ridícula para la prosaica mente actual. Sin embargo,
algunos de los principales intelectos del mundo se han mostrado a favor de esta
doctrina. Los silfos de Facius Cardane, el filósofo milanés; la salamandra que
vio Benvenuto Cellini; la olla de san Antonio, y le petit homme rouge (el hombrecillo o gnomo rojo) de
Napoleón Bonaparte han hallado un lugar en las páginas de la historia.
La
literatura también ha perpetuado el concepto de los espíritus de la
naturaleza. El travieso Puck de El sueño
de una noche de verano, de Shakespeare; los elementales del poema
rosacruz El
bucle arrebatado, de
Alexander Pope; las criaturas misteriosas del Zanoni, de lord Lytton; la inmortal
Campanilla de James Barrie, y los famosos jugadores de bolos que Rip van Winkle
encontró en las montañas Catskill son personajes conocidos para los literatos.
En el folclore y en la mitología de todos los pueblos abundan las leyendas
relacionadas con estas misteriosas figurillas que rondan viejos castillos,
vigilan tesoros en las profundidades de la tierra y construyen su hogar bajo la
vasta protección de los hongos. Las hadas son un placer para los niños, al que
la mayoría de ellos renuncia a regañadientes. No hace mucho, las principales
mentes del mundo creían en la existencia de las hadas y todavía se sigue
discutiendo si Platón, Sócrates y Jámblico estaban equivocados cuando
reconocieron su realidad.
Para
describir las sustancias que constituyen el cuerpo de los elementales,
Paracelso dividía la carne en dos tipos: por un lado, la que todos hemos
heredado de Adán, que es la carne visible y corpórea, y, por el otro, la que no
desciende de Adán y que, al estar más atenuada, no estaba sujeta a las
limitaciones de aquella. El cuerpo de los elementales estaba compuesto de esta
carne transustancial. Paracelso afirmaba que hay tanta diferencia entre el
cuerpo de los hombres y el de los espíritus de la naturaleza como la que hay
entre la materia y el espíritu.
«Sin
embargo —añade—, los elementales no son espíritus, porque tienen carne,
sangre y huesos; viven y tienen hijos; comen y hablan, actúan y duermen,
etcétera, de modo que, en realidad, no podemos considerarlos “espíritus”, sino
que son seres que ocupan un lugar intermedio entre los hombres y los espíritus,
semejantes a los hombres y a los espíritus, semejantes a los hombres y las
mujeres por su organización y su forma, y semejantes a los espíritus por la
rapidez de sus movimientos.» (De
occulta philosophia, traducido por Franz Hartmann.) Más adelante, el mismo
autor llama a estas criaturas composita,
por cuanto la sustancia de la que están hechas parece una mezcla de espíritu y
materia. Emplea el color para explicar la idea. Por ejemplo, de la combinación
de azul y rojo se obtiene el morado, un color nuevo que no se parece a ninguno
de los otros dos y, sin embargo, está compuesto por ellos. Lo mismo ocurre
con los espíritus de la naturaleza: no se parecen a las criaturas espirituales
ni a los seres materiales y, sin embargo, están compuestos de una sustancia que
podemos llamar «materia espiritual», o éter.
Paracelso
añade también que, si bien el hombre está compuesto de varias naturalezas
(espíritu, alma, mente y cuerpo) combinadas en una sola unidad, el elemental no
tiene más que un solo principio: el éter del cual está compuesto y en el cual
vive. Recuerde el lector que por éter se entiende la esencia espiritual de uno
de los cuatro elementos. Existen tantos éteres como elementos y tantas familias
distintas de espíritus de la naturaleza como éteres. Estas familias están
completamente aisladas en su propio éter y no tienen ninguna relación con los
moradores de los demás éteres; sin embargo, como dentro de su propia naturaleza
el hombre posee centros de conciencia sensibles a los impulsos de los cuatro
éteres, cualquiera de los reinos elementales se puede comunicar con él, si se
cumplen las condiciones adecuadas.
Los
espíritus de la naturaleza no pueden ser destruidos por los elementos
materiales más toscos, como el fuego, la tierra, el aire o el agua, porque
actúan a una velocidad de vibración superior a la de las sustancias
terrestres.Al estar compuestos de un solo elemento o principio (el éter en el
cual funcionan), no poseen un espíritu inmortal y al morir se limitan a
desintegrarse y a regresar al elemento del cual se habían diferenciado. Después
de la muerte no se conserva una conciencia individual, porque no existe ningún
vehículo superior que la contenga. Al estar hechos de una sola sustancia, no
hay fricción entre los vehículos, con lo cual sus funciones corporales no
producen demasiado desgaste, de modo que viven hasta una edad avanzada. Los que
están compuestos del éter terrestre son los que menos viven y los compuestos
del éter del aire, los que más. La duración media de la vida está entre los
trescientos y los mil años. Paracelso sostenía que viven en condiciones
similares a nuestros ambientes terrestres y que en cierto modo están sujetos a
enfermedades. Se cree que estas criaturas no se pueden desarrollar
espiritualmente, aunque la mayoría de ellas son de una moralidad elevada.
Con
respecto a los éteres elementales en los que existen los espíritus de la
naturaleza, Paracelso escribió: «Viven en los cuatro elementos: las ninfas
en el elemento del agua, los silfos en el del aire, los pigmeos en la tierra y
las salamandras en el fuego. También se los llama ondinas, silvestres, gnomos,
vulcanos, etcétera. Cada especie se mueve solo en el elemento al que pertenece
y ninguna de ellas puede salir del elemento correspondiente, que para ellos es
como el aire para nosotros o el agua para los peces, y ninguna puede vivir en
el elemento que corresponde a otra clase. Para cada ser elemental, el elemento
en el que vive es transparente, invisible y respirable, como lo es la atmósfera
para nosotros». (De
occulta philosophia, traducido
por Franz Hartmann.)
El
lector ha de procurar no confundir los espíritus de la naturaleza con las
auténticas ondas de vida que se desenvuelven en los mundos invisibles. Mientras
que los elementales están compuestos por una sola esencia etérica (o atómica),
los ángeles, los arcángeles y otros seres superiores y trascendentales poseen
organismos complejos, formados por una naturaleza espiritual y una cadena de
vehículos para expresar dicha naturaleza, que no difiere demasiado de la
humana, aunque sin incluir el cuerpo físico con sus correspondientes
limitaciones.
A la
filosofía de los espíritus de la naturaleza se le suele atribuir un origen
oriental, probablemente brahmánico, y Paracelso obtuvo su conocimiento de ellos
de los sabios orientales con los que estuvo en contacto durante su vida de
andanzas filosóficas. Los egipcios y los griegos recogieron información de la
misma fuente. A continuación, vamos a considerar por separado las cuatro
divisiones principales de los espíritusde la naturaleza según las enseñanzas de
Paracelso y el abate de Villars y los escasos escritos disponibles de otros
autores.
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