ASTRONOMÍA PSÍQUICA
Por
Mario Roso de Luna
Fiel a su lema y propósito de ofrecer siempre a los
lectores artículos con temas no
sólo de interés, sino lo que es mucho
más importante, de utilidad, Astrología,
Cultura y Espiritualidad trae en esta ocasión como ilustre invitado al
insigne escritor, teósofo, astrónomo, músico y artista Don Mario Roso de Luna,
de cuya fecunda pluma, profundo conocimiento y sólido razonamiento es el
presente escrito, breve pero sustancioso, el cual contiene de forma tácita y
expresa, claves de un enorme valor.
En el número de
Septiembre de 1905 de esta misma revista publiqué un artículo titulado
“Astronomía psíquica”. Mis ideas sobre tan atrevido problema las resumía
diciendo que creía posible una astronomía psíquica; que el hombre a quien vemos
por el mundo es mera parte integradora de un gran conjunto, de un sistema
psíquico de admirable contextura, invisible para nuestra grosera vista, y
sujeto a las leyes parecidas a las del sistema planetario, leyes reguladoras de
la muerte y de la vida. Expresaba primero que los esfuerzos de abstracción y
generalización que han levantado el prodigioso edificio matemático se han ido
traduciendo en leyes inflexibles, aplicables a la fenomenología del Universo, y
que los conceptos enlazados con el número se han ido encarnando en la ciencia y
en la vida hasta traer la interpretación de ellas bajo la férula matemática.
Presentaba a este objeto multitud de ejemplos de diversas disciplinas, para
terminar afirmando la existencia de números hoy desconocidos, reguladores de
nuestro vivir, ya que en nuestras personas se dan cita las ciencias todas, esas
mismas ciencias que siempre dependen del número. «Me hago la ilusión de
creer-añadía-que puede sorprenderse cierta periodicidad en la fenomenología de
mi vida, y de que el ciclo de ella parece fijarse con singular constancia en
los catorce años, cual si en ese eterno girar del yo inferior o fenoménico que
cambia en torno del Yo Superior o numérico, que es siempre el mismo, determinase,
por decirlo así, una órbita psíquica con sus perihelios, afelios y equinoccios,
analógicamente a lo que entre la Tierra y el Sol ocurre, repitiéndose al cabo
de semejante ciclo o período análogos hechos, a
la manera como al cabo del año se reproducen las estaciones en nuestro
planeta, y pese a nuestra cacareada
libertad, sobre la que tanto queda que inquirir aún»
Determinaba después, a
partir de mi nacimiento, los dos puntos solsticiales y equinocciales de la referida
órbita en torno de mi Yo permanente. El primero, o de afelio psíquico,
caracterizándole por su relación con hechos físicos concretos, tales como mi
nacimiento, mi pubertad y el nacimiento de mi primer hijo; el segundo, o
perihelio psíquico marcado por hechos de Índole superior, tales como
iniciaciones y descubrimientos, y el de los dos puntos equinocciales,
simbolizados por crisis, atonías, enfermedades y viajes principalmente.
Prescindimos de traer
aquí, a fuer de largo y enojoso, el
detalle de nuestras observaciones, las que están, sin embargo, a disposición de
los investigadores de buena voluntad. Pero faltaríamos a nuestros deberes si no consignásemos algunas
notables coincidencias de dicha órbita psíquica con la de otros observadores y hombres notables.
Empecemos por Castelar.
Tengo a la vista el
hermoso libro que Julio Milego consagra al "Verbo de la Democracia». De
sus emocionantes relatos describiendo los
vivires de Castelar, apunto: el gran república temía horriblemente la
llegada de los años nueves porque, en efecto, el 39 perdió á su padre; el 49
sufrió las más amargas miserias y privaciones; el 59 murió su madre, y él murió
también para el amor; el 69 arrostra por sus ideales la lucha más ruda hasta
llegar pronto a sus fracasos gubernamentales; el 79 enfermó gravísimamente; el
89 pierde a su hermana, a quien
idolatrara, y el 99 moría él, al par que se hundía en París la gran Patria que
él cantó como ninguno...
¿Qué hacer a la vista de estas luctuosas fechas,
parangonadas con las otras de sus apoteosis, del 54, el 68 y el 81?. Como matemático honrado
tiro de compases y traza el gráfico adjunto u órbita, por decirlo así, del
tribuno:
¡Oh sorpresa! Las fechas
de abajo representan el afelio psiquíco de Castelar de este modo: 1832, el
nacimiento, la mayor de las desgracias humanas; 1846 , sus penurias mayores;
1809 y 60, su desengaño amoroso y la muerte de su madre; 1874, su caída y la de
la república que fundó; 1888, su retirada política ...
Las fechas de arriba o
del psicoperihelio castelarino no son menos elocuentes en nuestra petite astrologie: 1853 Y 54, sus
triunfos, coronados por el del Teatro de Oriente; 1807 y 68,
su paseo glorioso por Italia, Suiza, Inglaterra y Francia, y su triunfal regreso a España; 1881, apogeo de su posibilismo; 1895,
su apoteosis mundial como escritor, demócrata y estadista.
Las siete fechas nueves
de los fundados miedos de Castelar se ven cIarísimamente en nuestro gráfico,
interesando con toda regularidad, y de cuatro en cuatro, los siete puntos
impares de su órbita, a contar del perihelio,
según expresan los números y flechas internos de la figura, que tienden á
formar algo así como un heptágono estrellado, que diríamos tomándonos una
licencia geométrica.
No menos evidenciados
resultan sus momentos ascendentes y descendentes. Los años de la derecha, 1848,
49, 50 Y 51 se caracterizan por sus triunfos en las aulas y Escuelas; el 64 por
la fundación de La Democracia; el 65
por su artículo “El rasgo”; el 66 por su huida al extranjero al ser
condenado a muerte; el 80 con su
nombramiento de Académico de la Española, y el 93 con el homenaje recibido al
inaugurarse la Exposición de Chicago. Entre las fechas descendentes u otoños
psíquicos vemos los años tranquilos de su cátedra (1856 al 60); sus desdichas
gubernamentales, (1870-74); sus debatidos desastres políticos (1885-S8), y sus
mayores miserias y torturas (1842-46).
Días pasados leímos en
un periódico las seguridades de vida que aún alegran la ancianidad de Pío X. El
Pontífice parece guardar en gran estima al número seis, cual si su ciclo fuera
de seis años o de dos veces seis años, es decir, de doce años. Cuando durante
el año pasado los médicos temieron por su vida, él les oponía confiado su ciclo
del seis, por cuanto parece ser que llevó seis años de presbítero coadjutor, seis de párroco, seis de prelado y seis de
patriarca de Venecia, por lo que añadia:
“Confío dure seis años también mi pontificado».
Hoy nos dice un amigo
que Goethe tenía también su número cíclico, el nueve, si no recordamos mal. Un
examen detenido de la vida del inmortal cantor de Fausto, respecto de este
punto, sería de alto interés, interés no menor que el que la de todos los
grandes hombres y sus supersticiones nos ofrece. Muy de desear sería también
que las personas peritas, suficientes
conocedoras de sí mismas, emprendiesen,
pese a
las naturales molestias de asunto tan abstruso, la noble tarea de
autoinspeccionarse a sí mismos, con lo que por lo menos no quedaría incumplido,
cual de ordinario, el precepto socrático.
Que otros lo entienden
así lo prueba el hecho siguiente: don Julio Fermaud, hombre de negocios de
Bilbao, me escribía con motivo del repetido trabajo: “Hasta tal punto me ha
llamado la atención su Astronomía psíquica», que emprendí un examen detenido de
mi vida pasada (cosa ya hecha en parte anteriormente). Le acompaño sus
resultados en el diagrama adjunto y creo
serán de interés. Si fuera posible recoger cierto número de semejantes exámenes
particulares, hechos con toda la reflexión y comprensión psíquica que requiere
el caso, habría lugar para desarrollar en gran manera las observaciones ya
verificadas. En mi caso, si bien talvez no todo se sujeta exactamente a lo indicado por su propio
examen, es indudable que el derrotero general
se sigue bien. Es notable, especialmente, el desarrollo psíquico del perihelio y los
acontecimientos violentos de los equinoccios, incluso la muerte del padre y
madre a la izquierda de la línea de los solsticios”. A continuación, el Sr.
Fermaud describía sus diversos momentos astropsíquicos con notoria claridad.
¿son, pues, convenientes
las observaciones sobre astronomía psíquica, o más propiamente hablando, sobre
astrología?.
Sí y no, según el objeto
que con ellas se persiga.
El detenido estudio de
la doctrina arcaica atesorada en las supersticiones y tradiciones religiosas de
todos los pueblos acusa la existencia en tiempos muy remotos de esta hoy
desacreditada ciencia que hiciese sabio por antonomasia a nuestro incomparable
Alfonso X. Sus fines nobilísimos se encaminaban a descubrir científicamente qué
conexiones numéricas podrían mediar entre los números que a los planetas rigen
en revoluciones orbitales y diurnas, volúmenes, peso, densidades, distancia,
etc, etc, y los números con ellos concordados que influyen sobre nuestra vida,
tales como –entre otros mil- la revolución orbital del mayor de los planetas (Júpiter), poco o nada menor
que el tiempo en que la mujer suele ser púber, o la de la Luna, el astro
anterior a la tierra, que marca tambien para la mujer una periodicidad funcional
harto sabida, o la de Venus, el astro
que subsigue a la tierra en su serie de pequeños planetas, y cuyo período
traslaticio es de duración igual al de la gestación del ser humano.
Pero tamaña ciencia ha
sido desacreditada en manos pecadoras,
que han querido hacerla servir para fines bastardos de egoísmo,
prostituyéndola con miserables conatos de ansiosa adivinación del porvenir. A
bien que sus propias dificultades intrínsecas han defendido contra la
profanación del santuario y hasta castigado con la locura a los profanadores;
pero a la investigación seria, sin fines pequeños, han estado siempre expeditos
sus secretos, y ella contiene la clave reveladora del lazo de unión entre el
hombre y su planeta, dentro de comunes destinos, lo mismo que la alquimia
verdadera contiene secretos hondísimos, no tanto de transmutar bastardamente el
plomo en oro cuanto de encontrar la verdadera piedra filosofal, fórmula
reveladora del secreto de nuestra existencia
y nuestro cósmico destino.
De aquí la doble
necesidad en que nos vemos de estimular entre los sensatos el estudio
desinteresado de tal psicoastronomía, y de prevenir a los ignorantes contra los
peligros enormes de su estudio egoísta e irreflexivo, que les llevaría
irremisiblemente a su ruina, porque sus enseñanzas igual son triaca salvadora
en manos del médico, que veneno letal en poder del asesino.
Observemos, por último,
que sus fórmulas, mal interpretadas, nos pueden llevar a un fatalismo estúpido
que ahogue nuestras libérrimas iniciativas. No y mil veces no. Aunque los
movimientos orbitales de nuestro yo inferior parezcan fórmulas de un inexorable
destino, ellos dependen siempre del empleo que demos a nuestra voluntad y a
nuestra mente. Sus vueltas o espiras pasadas son resultado fatal, en cierto
modo, de los procesos vitales que les antecedieran, mas las vueltas que por
venir aún restan están integradas por dos fuerzas: la resultante de lo que
libre y fatalmente hiciéramos, y el incremento que en ella introducimos paso a
paso con el juego de aquellos personales poderes mentales y volitivos, ya que
la tela de nuestra existencia, por nosotros, que no por nadie tejida, tiene una
doble trama: la de nuestra voluntad, y la de nuestra Herencia, Karma o Destino.
En estados infantiles como los que aún atravesamos, esto vence a aquello, en
estados superiores, la voluntad triunfa y el super hombre se moldea así mismo.
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