CASTILLO DE CHAPULTEPEC, INICIACIÓN, ESTADO JINAS Y CUARTA DIMENSIÓN. PARTE 2
(Continuación)
La humanidad está confinada, en sus investigaciones, a los sentidos. La ciencia le ha proporcionado el microscopio y el telescopio para que por su medio ensanchase el límite de los sentidos. El hermetista, o lo que es lo mismo, el ocultista o Rosa-cruz, desarrolla las facultades y poderes del Yo interno que en él reside, hasta sobrepasar al microscopio y telescopio.
Montenero quiso decir algo sobre esta materia, pero la voz desconocida continuó enseguida diciendo:
—Ahora hemos de someterle a varias pruebas para saber el grado de voluntad y el desenvolvimiento por usted alcanzado en su presente personalidad. ¿Se encuentra usted en disposición de someterse a estas pruebas?
El deseo ferviente de averiguar cuáles fueran los límites del ocultismo, hubiera arrojado a Montenero a toda clase de prueba y empresas. No era Montenero, sin embargo, de aquellos individuos nacidos con vocación, que, después de una metódica preparación y de diversas experiencias en las vidas pasadas, se encuentran convenientemente preparados para recibir la iniciación. Aun no era de los que pueden recibir la explicación de los misterios con el corazón por completo entregado. Se aferraba todavía al mundo pasional, pues no había alcanzado el estado en que se renuncia a todo lo efímero y pasajero en aras de un ideal de eternidad.
No obstante, contestó, con buena voluntad y decisión:
—Estoy dispuesto a someterme a cuantas pruebas se consideren necesarias.
—Entonces acercaos —indicó alguien.
Sintió en este momento Montenero una inquietud y una zozobra que no podía dominar. Le pareció que la venda no solamente le cegaba, sino que no le dejaba oír bien. El indígena, al ponérsela, le había cubierto con ella los orificios del oído. Sin embargo, avanzó decidido en dirección al Maestro.
—Pero... ¿qué es esto? —exclamó de pronto.
Sus pies habían perdido tierra firme y había caído en el vacío. Encontróse en una profundidad, quizá un pozo, con las manos y los pies hundidos en tierra blanda y húmeda. Le parecía oler a ozono. Era como si la tierra que le rodeaba se encontrase cargada de fluido especial que no tiene la tierra común. Ciertamente debía haber caído en un pozo; pero a la vez le parecía que no había sentido la caída, que no había habido agujero. Era todo ello muy vago, enigmático e inexplicable. El tiempo que había mediado entre la caída y el momento en que se diera cuenta de su situación, había sido el de un relámpago; a él le parecía, sin embargo, una eternidad. En aquel conjuro de extrañas sensaciones sintió cual si viviese de nuevo toda su vida, cual es la experiencia de algunos suicidas que no han llegado a lograr su objetivo, según han confesado después por sí mismos. Todo esto le sucedía con una rapidez vertiginosa.
El mismo llegó a dudar de sí estaba muerto o vivo.
Instintivamente buscó con las manos a qué pudiera asirse, y al levantarlas tropezó con un objeto que parecía una piedra. El no podía discernir lo que era; pero se agarró a ella con fuerza, como se agarra el náufrago a una tabla. No bien se hubo asido, brotó un chorro de agua que manaba de un surtidor desconocido. Rápidamente el agua inundó el pozo amenazando ahogarle por momentos. Pronto llego a tal altura que hubo de elevarse sobre las puntas de los pies, para poder respirar evitando que el agua le llenase la boca.
Como anteriormente le sucediera en la tierra, aquella agua pronta a anegarle, le parecía distinta del agua común, cual si hubiese sido creada de un fluido singular. De repente le sobrecogió el espanto de la muerte. Si el agua ascendía un poco más o él dejaba de sostener su cabeza en erección, estaba materialmente perdido. Por un momento le pareció que los pies perdían la fuerza suficiente para sostenerle y con angustia mortal hizo un supremo esfuerzo; por instinto de conservación levantó las manos a lo alto tratando de buscar apoyo en lo desconocido, y sea por casualidad, sea porque ya estuviese preparada al efecto, dio su mano con una cadena a la que se agarró con fuerza inaudita; y en aquel mismo momento el agua despareció como tragada por la tierra. No tuvo, a pesar de esto, mucho tiempo para rehacerse, pues al par que el agua había desaparecido, parecía que el infierno hubiese abierto sus ígneas fauces sobre Montenero y parecía vomitar fuego sobre él. Empezó a sentir una sed voraz, y trató de aliviarla aspirando el aire fresco de antes a bocanadas; pero las llamas le envolvían. De nuevo le pareció que las llamas que le rodeaban no eran del género de fuego que él conocía, ni se dejaba sentir en la misma forma. Como la tierra y el agua, parecía algo magnético más bien que físico. Él, sin embargo, se abrasaba.
En su imaginación angustiada, creyendo próxima la muerte, ocurriósele aquella frase de la cruz, que lleno de fe, con las manos juntas, en oración, repetía:
—Señor, no me abandones; sálvame...
El sonido de su propia voz, en este instante diferente de lo común, que vibraba en su imaginación, le indujo maquinalmente a reproducir los mismos sonidos, pero su boca abierta por el afán de aspirar un poco de aire, tan solo reprodujo el sonido de las vocales a cuya vibración encontró un auxilio inesperado. En efecto, el calor abrasador que recibía de aquel ardor llameante, desapareció como por encanto, y el fuego todo, se disipó. Así Montenero pudo descubrir en el sonido de las vocales el poder maravilloso de disipar el fuego.
Vio dentro de sí una I que le hizo recordar el Ignis del latín = fuego = alma Δ, una A = Aqua = agua = materia = cuerpo▼, y por último una O = Origo = principio = espíritu.
Esta I, A, O., el primer mantram, se encuentra en las inscripciones de muchos templos antiguos. Montenero no recibía instrucción ninguna sobre estas I. A. O., pero había sentido pasar la vibración de su pronunciación hasta los pies y esto era una enseñanza que no olvidaría. Seguía meditando sobre esto.
Un extraño silencio le envolvía entonces. Sintióse a solas con su Dios. Lanzó una mirada en derredor sin notar más que la más profunda oscuridad; pero en el mismo instante, se acordó que tenía la venda puesta. Palpóse con la mano. Sí, estaba allí. Se encontraba aún extraño a sí mismo. La voz del Maestro, que vibró de nuevo, le volvió en sí algún tanto.
—Habéis salido airoso de la prueba. Los cuatro elementos, tierra agua, fuego y aire, os han purificado, el I. A. O., que habéis pronunciado, os ha salvado. Montenero percibió que el Maestro no estaba solo.
Su voz sacerdotal, resonó en la estancia:
—¡En un principio fue la luz! ¡Que la luz sea con el discípulo! ¡Que se una el E-U, y son las cinco! ¡Es la hora del primer grado! La palabra es justa y perfecta. Arrancada por mano invisible, la venda cayó de los ojos de Montenero, que atónito y lleno de asombro contempló el espectáculo que le rodeaba. Se encontraba en una sala vastísima, deslumbrante de oro y luz. La claridad era tan portentosa que la del castillo de Chapultepec no podía ni con mucho comparársele. Era una luz viva aquella, compenetrada de vida y espíritu. Y era lo más maravilloso del caso, que Montenero no podía descubrir de dónde venía. En el techo no había lámpara ninguna y tampoco podía proceder de puerta ni de ventana alguna. Venía de todas partes y no producía sombra alguna. Observábase, sin embargo, detrás del Maestro, que dentro de una roca había una especie de Custodia-cáliz, de un color verde rojo, del cual salía la luz, tan vivificante como rara, y más adelante una cruz radiante a la que rodeaba una corona de rosas. Y fijándose bien en ella, vio Montenero que en medio de la cruz había un calendario azteca, con la diferencia de que estaba rodeado por siete rosas.
—Así deberán usarlo siempre los Rosa-Cruz -pensó Montenero.
Su mirada cruzóse con la del indígena, el cual parecía preguntarle:
—¿No le parece que todo esto vale más que lo que ha visto usted en los salones de Chapultepec? ¿No siente usted la intensidad de esta luz, que esparcen la cruz y el cáliz?
Era en efecto una luz que podría llamarse divina. La lámpara más perfecta que el tecnicismo pudiera crear, hubiera dado una luz que ante aquella hubiera semejado la de una mísera bujía de sebo. Se sentía que esta luz no solo tenía, sino que era vida, en sí. La magnificencia de la sala era extraordinaria. La luz que salía del cáliz parecía comunicarse a todos los objetos, dándoles vida propia; era armonía de todo. ¿Qué era todo el oro d la vajilla del emperador Maximiliano al lado de aquellas riquezas incomparables? Las paredes, el techo, las columnas, todo resplandecía e oro, todo era de oro macizo. Pero ¿de dónde procedería toda aquella riqueza? ¿Qué mina la habría producido? ¿Qué artista la habría cincelado?
Todo aquello pertenecía a un mundo a que Montenero no estaba acostumbrado y le producía un cierto anonadamiento. No sabía a dónde dirigir las miradas en aquellos momentos, Los Rosa-Cruz, ex profeso, le habían dejado tiempo para que las profundas impresiones llegaran a hacerse indelebles. Seguramente que las impresiones de aquella jornada no se borrarían ya más de su mente. Por fin su mirada se encontró con la del Maestro, del que, hasta entonces, tan solo había oído la voz.
Tenía este una figura venerable, alta, con barba algo canosa y bien cuidada, la cual se adivinaba había sido rubia. Tenía, a pesar de su aspecto de anciano, una lozanía excepcional. Rasmussen, pues por tal nombre era conocido, era de una edad indescifrable: Lo mismo podría atribuírsele la de 45 que la de 70 años. En él todo era noble. Su nariz era recta, su frente alta, sus ojos de un azul verdoso y penetrantes como los de un bardo. Debía de ser oriundo del norte de Europa; tal vez de la Silesia o de Dinamarca.
Rasmussen era muy bien conocido socialmente y gozaba de cierta popularidad. En la colonia alemana de México era consejero, y el gobierno de aquella nación le debía señalados servicios. Su reputación era intachable. Desde hacía muchos años ocupaba el cargo de cónsul general de Noruega. Y no tan solo para los noruegos, sino para los daneses, suecos y alemanes, tenia Rasmussen la casa siempre abierta. Tenía su residencia en la colonia Juárez, con todo confort. Era creencia general entre las personas que lo conocían, que poseía conocimientos extraordinarios. Era además poseedor de una cuantiosa fortuna que nadie sabía como había adquirido, y que la mayor parte creían heredada. Decíase que poseía minas de plata en los Estados del Norte, pero que nunca se acordaba de ellas. Todos coincidían, no obstante, en la opinión de que sus riquezas eran adquiridas honradamente. En los bancos y compañías financieras importantes, ocupaba cargos de Presidente o miembro del Consejo de Administración. Lo que nadie sabía, era que se ocupaba en las ciencias ocultas. Se sabía, sin embargo, que ocupaba un cargo de importancia en la Orden de San Martín de Pascalis, Orden que tiene entre sus filas personas aristocráticas de todos los países y que se ocupa en actividades benéficas.
—Sí; sin duda —pensó Montenero pasándose la mano por la frente— así debe ser un Maestro—. Y mientras repasaba en su mente los antecedentes de aquel hombre, se extrañaba él mismo de no haberlo adivinado antes. Todos estos pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Rasmussen:
—Comandante Montenero, ha vencido usted en todas las pruebas y me permito saludar a usted como hermano nuestro. He de agregar que cuanto le acaba de ocurrir en estos momentos, ha sido meramente una sugestión. En realidad no se ha movido usted del lugar en que fue colocado. La tierra que tocaba, el agua que le ahogaba, el fuego que le abrasaba y el aire que desvanecía las llamas no eran materiales. Ya sabrá usted mas adelante como se produce todo eso. Nosotros no tenemos necesidad de someter a los novicios a pruebas materiales: conocemos mejor a los hombres que ellos mismos. Tenemos a nuestro alcance medios y métodos secretos para penetrar en el mismo fondo de las conciencias. Ahora ha adquirido usted el deber de estudiar todo el simbolismo que le rodea.
Tenemos nuestras reuniones y nuestro simbolismo secreto, porque no consideramos útil dar a las masas lo que para la mayor parte no representaría nada por tratarse de cosas que no pueden comprender. La Biblia nos advierte de esto cuando dice: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria”.
Esto es textual del libro de los Corintios 2, versículo 7, y obliga a los buenos católicos a meditar...
Así como este versículo es tan claro, tan preciso, otros son vedados; pero todas las palabras divulgadas por Cristo a los Apóstoles, explicando parábolas o dando enseñanzas, revelan un sentido oculto. Las sagradas escrituras, como clave oculta, son tan maravillosamente grandes, que llevan en sí el sello inextinguible de la Divinidad. Los hombres por muy sabios que hubieran sido, no habrían podido redactar algo tan perfecto; por eso la Biblia es la Gran Luz, en ella está el Misterio del Graal.
Los Rosa-Cruz forman un círculo interno y otro externo. Usted pertenece ya al externo y tiene usted en lo futuro la oportunidad de ser recibido en el Oriente interno.
Su conciencia física ha penetrado en este círculo externo. En el interno, en la verdadera fraternidad, no podemos entrar sino en cuerpo astral, cuando se alcanza la verdadera iniciación. No se puede predecir de nadie, cuándo ha de llegar a la verdadera iniciación; puede alcanzarse en la presente vida, puede ser que no se alcance hasta después de algunas vidas. Nuestro cuerpo físico se parece a un violín que el hombre ha de aprender a templar y a pulsar. Podemos, como hacen los niños, jugar con él y echarlo a perder por no saber usarlo. No conviene, pues, olvidar que en este instrumento esta Dios mismo, según dice la epístola de los Corintios: “¿Ignoras que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”
Hizo entonces una pausa y agregó:
—¿Quiere usted que le explique algo más, o tiene alguna pregunta que hacerme?
Tanto mis hermanos como yo, estamos pronto a responder a sus preguntas.
Agregar quisiera todavía, que este centro que llamamos Logia Blanca, vino de España; la trajeron algunos padres iniciados que vinieron de allá, de aquel país que, como usted sabe, aquí llaman la madre patria. Allá existe la Logia de grado superior.
El cáliz que tenemos aquí, no es más que una imitación del verdadero que se guarda en estado de Jinas, en la montaña de Montserrat, en la tierra catalana. Si seguís todas nuestras instrucciones, la pronunciación diaria de las vocales que habéis visto en astral, puede que yendo allí, el ascenso os sea ofrecido, pero esto será mas tarde...
—Maestro —dijo entonces Montenero—, yo he leído durante muchos años literatura ocultista; pero siempre he leído como en zigzag, todo cuanto a las manos me ha venido. Esta es la razón, quizá, por la que siempre he quedado a oscuras; de Montserrat nunca me han hablado.
—¿Qué es lo que le ha sorprendido mas de cuanto he visto y oído en el momento de su recepción entre nosotros?
Montenero no lo sabía; no podía darse él cuenta cabal de qué era lo que más le había impresionado. Mas sus ojos se fijaron en aquel momento en la cruz resplandeciente y recordó que lo que más le había llamado la atención era precisamente el calendario azteca que en ella había. La cruz y el cáliz le parecían más naturales, por lo que había leído antes, en obras ocultistas.
Entonces preguntó al Maestro:
—¿Cuál es la relación que existe entre la cruz cristiana y el calendario azteca?
—Responder a esta pregunta fuera resolver ya un problema del provenir. Por ahora solo puedo darle algunas indicaciones. La Reforma de la Iglesia en el siglo XVI, levantó algo el velo que cubría el origen de la cruz del Gólgota en su forma svástica.
La raza germana, a impulsos de la religión de los antiguos germanos, ha sido llevada a un grado de desenvolvimiento especial. El culto al sol de los antiguos mexicanos, es más antiguo aun que el de los germanos y es de mas valor esotérico que el cristianismo. Hay un lazo que une esas dos civilizaciones en el pasado. Así como la vida del Cristo es el símbolo de la vida de cada uno de nosotros en particular, representa también la vida de los pueblos, los cuales, sin sospecharlo, son un reflejo de la vida del Salvador, el mayor de los Iniciados. Así como Jesucristo murió crucificado y resucitó, así como renacerá el pueblo alemán después de haber sufrido el dolor de la crucifixión, después de haber apurado el cáliz de amargura; así como renacerán los que, en el cumplimiento de su deber, perecieron en el campo de batalla.
Tenemos razones para asegurar que todos estos hombres muertos en la guerra, de tantos países, renacerán al mismo tiempo y en un cercano porvenir; es de comprender que la muerte prematura de tantos miles de hombres en un país, traiga al mismo la necesidad de un número extraordinario de nacimientos. Esta última guerra fue necesaria para que la raza, sumida en el materialismo, reaccionara y viniera una época de espiritualidad que ahora se inicia. De aquí a unos cuantos años veremos cosas raras. Hoy el ocultismo se impone. No habéis encontrado coincidencias raras entre las inscripciones de estas pirámides, las de Egipto, y las piedras druídicas de Alemania. Los grandes iniciados de Osiris, hablaban de los leones del norte, que debían renacer allende los mares. La reencarnación la veis expuesta por todas las grandes religiones y hasta se dice en los evangelios que Juan al hablar de Jesús dijo que era Elías. También en el Evangelio de San Juan dice Jesús: “En verdad, en verdad os digo, que si no naciereis de nuevo, no entraréis en el reino de los cielos”.
Oscuras y muy discutidas son también las palabras del Nazareno cuando habla de su renacimiento y del renacimiento de los pueblos. En cierto lugar dice: “En verdad os digo, que este pueblo no sucumbirá hasta que todo se realice”. Ahora le invito a pensar que todo lo que pasa en el mundo físico es un reflejo de los mundos superiores.
—Y ¿cómo debo entender la cruz? —preguntó Montenero mientras su mirada se posaba sobre las letras I.N.R.I.
El significado de estas letras —dijo el Maestro— se explica con las palabras, Jesús Nazarenus Rex Judeorum. Sin embargo, los Rosa-Cruz lo explicamos de esta manera: Igne natura renovature integra, es decir, el fuego remueve incesantemente la naturaleza. Del mismo modo podríamos decir los elementos, pues ya veréis mas adelante que la llama encierra todos los demás elementos. La palabra INRI tiene un papel importante en la vida de Cristo antes de llegar a su trágico fin. Según una tradición egipcia, sirvió esta palabra como un mantran para la iniciación de los Mystos, que al pronunciarla como es debido, se producían una anestesia instantánea.
Los judíos tienen esta misma tradición en el Toldot yeshu. Jesús demuestra que había sido iniciado en la magia egipcia, por el modo en que tenía las señales en las manos. Según la tradición de Lydda, Cristo fue crucificado por haber sido acusado de mago. Con éstas, o parecidas palabras, todos los pueblos hablan de la crucifixión del Lagos, que metido en el cuerpo místico obra estigmáticamente. Por esta razón la pronunciación de esta palabra insensibilizaba a los Mystos y les permitía la salida del cuerpo astral. Heráclito vio en el fuego (Espíritu) la creación de todas las cosas, Anaxímenes la creyó descubrir en el aire. Tales en el agua y Empédocles en la tierra.
La trinidad: espíritu, fuerza y materia, se nos muestra a través de todos los cultos. El fuego que radica en el hombre es un fuego sagrado; es el fue go del Espíritu santo que puede destruir o elevar al hombre, según obren los hombres. Usted entre nosotros tendrá ocasión de estudiar los secretos íntimos de la naturaleza. Los hombres en la Sociedad dependemos unos de otros; no podemos vivir aislados y de aquí la obligación que al vivir en ella contraemos de ilustrarnos, comprendernos y auxiliarnos mutuamente en nuestro desarrollo individual.
Dirigiéndose entonces a todos los demás, siguió diciendo el Maestro:
—Quisiera interrumpir por unos breves momentos nuestra reunión para que todos nuestros hermanos tuvieran lugar de saludar al neófito que acabamos de recibir entre nosotros.
Montenero, que conocía a muchos de los presentes, sentía verdadero placer al estrecharles la mano, tanto más, cuanto que entre ellos había algunos compañeros de sus años de escolar. Después de diez minutos de cariñosos saludos, Rasmussen volvió a tomar la palabra: —Queridos hermanos —dijo—: tiempo es ya de que, por esta noche, demos por acabada nuestra reunión. Quisiera, no obstante, antes de terminar, que hablase el que de vosotros tuviere algo que comunicar.
Entonces habló uno de los hermanos:
—¿Ha intervenido ya nuestro Maestro en lo referente al horroroso crimen que trae preocupados a todos los habitantes de la capital?
Montenero se dio cuenta inmediatamente de lo que se trataba, pues durante algunos días los comentarios del crimen habían llenado las páginas de los periódicos de todo el país.
El hecho era el siguiente: Hacia unos ochos días que en la Legación de Alemania se había declarado repentinamente un incendio, y sea por la tardanza de los bomberos, sea por la inaudita voracidad del fuego, quedó totalmente reducido a cenizas. De las investigaciones policíacas habíase desprendido que el incendio no había sido casual, sino intencionado. El incendiario dejó huellas precisas del crimen. Se decía que partes principales del edificio habíanse rociado de petróleo. Fuera así o no, era el caso que junto a la caja de la Legación, se había encontrado un cadáver carbonizado, que según todas las señas era el del Secretario, bacón de K. la caja se hallaba abierta y junto al cadáver se había encontrado un cuchillo que pertenecía al mozo de la Legación. La versión mas generalizada del crimen, era que el mozo al intentar robar la caja de caudales, vióse sorprendido por el Secretario, al cual asesinó en lucha cuerpo a cuerpo, para lo cual se había valido del puñal encontrado y que llevaba sus iniciales. Después, tal vez para borrar los rastros de su crimen, había incendiado el edificio, rociándolo con petróleo.
El caso había agitado las emociones de casi todo México. El telégrafo llevó de uno a otro confín, los detalles referentes al crimen, con noticias y pormenores de la victima y del presunto autor.
A aquella se le dio sepultura en el panteón, con los honores de coronel del ejército. El ministro de relaciones exteriores, hizo el panegírico en un brillante discurso y aseguró que el gobierno tomaría todas las medidas necesarias para capturar al criminal. La viuda recibió del gobierno una fuerte suma y fue propuesta para una pensión vitalicia, que le fue inmediatamente concedida.
Como acostumbra suceder en casos análogos en México, la policía demostró su actividad con gran copia de aprehensiones. Casi todos los parientes del mozo de la Legación, habían visitado la cárcel. Ningún indicio de tal mozo se había obtenido. No obstante, la policía seguía algo desconcertada. Era desde luego imposible que todos cuantos en la cárcel habían ingresado, se hallasen complicados en aquel crimen.
Esta era en especial la causa por la que uno de los hermanos Rosa-Cruz hiciera aquella pregunta al Maestro.
Rasmussen al escuchar la pregunta guardó silencio por un momento y cerrando los ojos pareció concentrarse.
Tomó luego la espada flamígera y ordeno que todos los asistentes se dieran las manos formando un circulo mágico. Entonces el maestro pronunció algunas palabras, dando a las vocales una entonación particular. Tomó luego un frasquito de una caja de arcanos, del cual vertió en el cáliz algunas gotas, del que a su vez ascendió un humo denso. Entonces pronunció tres veces el nombre del mozo con voz potente. Los hermanos creían que, puesto que la noche era ya muy entrada, se encontraría el mozo sin duda alguna durmiendo, lo que facilitaría el que se pudiese presentar en cuerpo astral.
Apenas se apagó el eco de la última sílaba, la tercera vez que el señor Rasmussen lo pronunciara, cuando en la sala se produjo un viento con el zumbido característico en las evocaciones. El humo que del cáliz ascendía fue entonces condensándose gradualmente y poco a poco tomo la forma del individuo evocado: el mozo de la Legación. Entonces una voz sepulcral resonó en la estancia:
—¡Aquí estoy! ¿A qué me sacáis del mundo de los muertos? ¿Por qué habéis turbado mi reposo con vuestro poderoso magnetismo? ¿Qué queréis de mí?
Rasmussen que esperaba encontrar un espíritu agitado por los remordimientos, preguntó: —¿No sientes remordimiento por el horroroso crimen que has tenido la audacia de cometer?
—Yo no he cometido crimen ninguno. Antes al contrario, he sido víctima de él. El Secretario de la Legación me asesinó después de robar la caja, vistió mi cadáver con sus mismas ropas para que todos le creyesen a él muerto y huyó después de incendiar el edificio.
Todos los que escuchaban las aclaraciones del espectro quedaron estupefactos, pues ninguno de ellos esperaba tal solución.
Entonces el Maestro levantó la espada dirigiendo la punta hacia el fantasma y exclamó: —Hermano, por los poderes que me son conferidos quedas libre: regresa al lugar de que viniste, purifícate y que la paz sea contigo.
La sombra desapareció tal y como se había presentado, gradualmente. Rasmussen entonces dirigiéndose a los hermanos les dijo: —Procuren concentrar más sus energías; intensifiquen la cadena.
Acomodóse en su sillón y respirando varias veces con cierta intensidad provocó en sí mismo el estado de éxtasis.
—Concéntrense bien y no rompan por nada del mundo la cadena mágica hasta que vuelva el Maestro —dijo uno de los hermanos que había tomado la dirección de la dicha cadena.
Transcurrieron unos momentos al cabo de los cuales Rasmussen volvió a respirar profundamente.
—Ya está —dijo después de un momento—. He podido ver al asesino en cuerpo astral y me ha prometido que él mismo se entregará a la justicia para que el asunto se aclare y se ponga en libertad a los que ahora se encuentran presos sin motivo alguno.
Uno de los Rosa-Cruz, que, como más tarde supe, tenía el título de hermano mayor, y que estaba junto a Montenero, le dijo entonces a éste en tono confidencial:
—¿No le parece a usted que si nuestros jueces tuviesen a su disposición éstos y otros medios parecidos, sería muy otra la administración de justicia? Nuestros antepasados los aztecas conocieron estos medios y en su tiempo los emplearon.
Montenero, que había presenciado todo esto con ojos de estupor, no pudo por menos de exclamar:
—Es una verdadera sorpresa para mí el poder que he descubierto en los Rosa-Cruz esta noche. Me encuentro muy agradecido de que como neófito que soy, se me haya permitido presenciar todos los fenómenos y ceremonias que esta noche he presenciado. ¡Qué dirán los jueces cuando mañana se descubra el verdadero asesino!
Se disponía el Maestro a cerrar la sesión de la noche, cuando uno de los presentes manifestó el deseo de ocuparse unos momentos en un asunto de caridad.
—Sí —dijo Rasmussen—; hagamos manifiesta nuestra caridad cada vez que de ello tengamos ocasión. Díganos los hermanos de qué se trata.
—De una pobre madre que lucha con la muerte presa de una fiebre puerperal y en un estado tal que los médicos han declarado inútil toda intervención. Con su muerte, un hombre digno, modelo de esposos y de padres, se verá abandonado a la desesperación, con cuatro niños pequeños.
¿No podríamos ayudarle?
Los circunstantes todos, que habían escuchado las palabras del que tal solicitaba, miraron entonces al Maestro en espera de su decisión.
—Ayudémosle, hermanos —dijo brevemente Rasmussen.
A una señal suya, todos volvieron de nuevo a formar la cadena y Rasmussen, cerrando los ojos de nuevo, pronunció unas palabras dando a las vocales una entonación que Montenero jamás había oído. Siguió a esto una a modo de conversación, para él incomprensible, después de la cual dijo Rasmussen volviendo a dirigirse a los hermanos:
—Nuestro Gurú se encargará de la enferma y mañana los médicos verán con asombro que la moribunda se ha salvado.
Después de unos momentos de silencio exclamó:
—Hermanos, formemos una cadena fraternal alrededor de la Rosa y de la Cruz, para que los efluvios bienhechores del Santo Graal nos alcancen. Juremos mantener el sigilo de todo cuanto esta noche hemos visto y oído. Juremos perseguir por doquiera la mentira y la ambición; proteger la verdad, la virtud y la inocencia. Juremos hacer todo cuanto en nuestra mano esté, para lograr mayor progreso en el camino del amor y de la pureza.
—Juramos —dijeron los hermanos a coro extendiendo la mano.
Rasmussen, en respuesta, levantó las manos en actitud de bendecir, diciendo:
—En nombre de la cadena universal de los Rosa-Cruz y bajo los auspicios de vuestro venerado Gurú y de los hermanos invisibles, se cierra esta sesión. Que la rosa florezca sobre vuestra cruz.
Así se dio la reunión por terminada.
—Ya es tarde —dijo Rasmussen—. Mañana tengo mucho trabajo y debo levantarme temprano para hacer los preparativos de mi viaje.
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Los Rosa-Cruz salieron del cerro de Chapultepec por la misma entrada por que entraron Montenero y el indígena y con las mismas precauciones que este último guardara para no ser visto. Atravesaron luego el parque que rodea al castillo para tomar el tren en Buenavista.
Tomado de ROSACRUZ, POR ARNOLD KRUMM HELLER.
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