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ELIPHAZ LEVI, LA ASTROLOGÍA Y EL LIBRO DE ENOC

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ASTROLOGÍA, CULTURA Y ESPIRITUALIDAD se complace en presentar la visión de la sagrada ciencia de la astrología, de uno de los más célebres y renombrados ocultistas, el mago y profundo cabalista francés Eliphaz Levi. Una visión diferente, pero no por ello menos trascendente y acorde y fiel con la tradición y verdaderos orígenes de esta ciencia de urania.

“De todas las artes derivadas del magismo de los antiguos, la astrología es ahora la menos desconocida. Ya no se cree más en las armonías universales de la naturaleza y en el encadenamiento necesario de todos los efectos con todas las causas. Por otra parte, la verdadera astrología, la que está ligada al dogma universal y único de la Cábala, ha sido profanada por los griegos y por los romanos de la decadencia; la doctrina de los siete cielos y de los tres móviles, emanaba primitivamente de la década sefirótica, el carácter de los planetas, gobernados por ángeles cuyos nombres han sido cambiados por los de divinidades del paganismo, la influencia de las esferas una sobre las otras, la fatalidad que va unida a los números, la escala de proporción entre las jerarquías humanas, todo, todo esto, ha sido materializado y hecho supersticioso por los genethliacos y los lectores de horóscopos de la decadencia y de la edad media. Devolver la astrología a su primitiva pureza, sería, hasta cierto punto, crear una nueva ciencia. Tratemos, pues, únicamente de indicar los primeros principios, con sus consecuencias más inmediatas y más próximas.

Ya hemos dicho que la luz astral recibe y conserva todas las huellas de las cosas visibles; de aquí resulta que la disposición cotidiana del cielo se refleja en esa luz, que, siendo el agente principal de la vida, opera por una serie de aparatos destinados a ese fin por la naturaleza, la concepción, el embrionato y el nacimiento de los niños. Ahora bien, si esa luz es bastante pródiga en imágenes para dar al fruto de una preñez las huellas visibles de una fantasía, o de una delectación de la madre, con mayor razón debe trasmitir al temperamento, móvil todavía e incierto del recién nacido, las impresiones atmosféricas y las influencias diversas que resulten en un momento dado en todos el sistema planetario de tal o cual disposición particular de los astros.

Nada es indiferente en la naturaleza; un guijarro de más o de menos en una carretera puede romper o modificar profundamente los destinos de los grandes hombres, o aún de los más grandes imperios; con mayor razón el lugar de tal o cual estrella en el cielo no podría ser indiferente en los destinos del niño que nace y que entra por su nacimiento en la armonía universal del mundo sideral. Los astros están encadenados unos a otros por las atracciones que los mantienen en equilibrio y los hacen moverse regularmente en el espacio; esas redes de luz van de todas a todas las esferas y no existe un solo punto en cada planeta al cual no esté unido uno de esos hilos indestructibles. El lugar preciso y la hora del nacimiento deben ser perfectamente calculados por el verdadero adepto en astrología; luego, cuando haya hecho el cálculo exacto de las influencias astrales, le resta contar las probabilidades de estado, es decir, las facilidades o los obstáculos que el niño debe hallar un día en un estado, en sus padres, en su carácter, en el temperamento que de ellos ha recibido y por consecuencia en sus disposiciones naturales para el cumplimiento de sus destinos; y todavía, habrá de tener en cuenta la libertad humana y su iniciativa, si el niño llega un día a ser verdaderamente un hombre capaz de sustraerse por una poderosa voluntad a las influencias fatales y a la cadena de los destinos. Se ve que no concedemos demasiado a la astrología; pero, en cambio, lo que le atribuimos es incontestable, el cálculo científico y de las probabilidades.

La astrología es tan antigua, o más antigua aún que la astronomía y todos los sabios de la antigüedad viviente, le han acordado la más completa confianza. No hay, pues, que condenar o desdeñar ligeramente lo que nos llega rodeado y sostenido por tan imponentes autoridades.

Largas y pacientes observaciones, comparaciones concluyentes, experiencias a menudo reiteradas, debieron conducir a los antiguos sabios a sus conclusiones, y sería necesario si se pretendiera refutarlas, comenzar en sentido inverso el mismo trabajo. iderado como perdida y cuyos principios se han, no obstante, conservado como todos los demás secretos, en el simbolismo de la Cábala. Se comprende que para leer la escritura de las estrellas es preciso conocer las mismas. Paracelso ha sido quizás el último gran astrólogo de las prácticas; curaba las enfermedades por medio de talismanes formados bajo influencias astrales y reconocía en todos los cuerpos la marca de su estrella dominante, y esa era, según él, la verdadera medicina universal, la ciencia absoluta de la naturaleza perdida por causa de los hombres y únicamente hallada por un pequeño número de iniciados. Reconocer el signo de cada estrella en los hombres, en los animales y en las plantas, es la verdadera ciencia de Salomón, esa ciencia que se ha considerado como perdida y cuyos principios se han, no obstante, conservado como todos los demás secretos, en el simbolismo de la cábala. Se comprende que para leer la escritura de las estrellas es preciso conocer las  mismas estrellas, conocimiento que se obtiene por la domificación cabalística del cielo y por el conocimiento del planisferio cabalístico, encontrado y explicado por Gaffarel;  en este planisferio, las constelaciones forman las letras hebraicas y las figuras mitológicas pueden ser reemplazadas por los símbolos del Tarot. Es a ese mismo planisferio al que Gaffarel refiere el origen de la escritura de los patriarcas, que se encontrarían en las cadenas de atracción de los astros los primeros lineamientos de los caracteres primitivos; el libro del cielo habrá, pues, servido de modelo al de Enoc, y el alfabeto cabalístico sería el resumen de todo el cielo. Esto no carece ni de poesía, ni, especialmente, de probabilidades, y el estudio del Tarot, que es evidentemente el libro primitivo y jeroglífico de Enoc, como lo ha entendido el sabio Guillermo Postel, bastaría para convencernos de ello.

Los signos impresos en la luz astral por el reflejo y la atracción de los astros, se reproducen, pues, como lo descubrieron los sabios, sobre todos los cuerpos que se forman mediante el concurso de esa luz. Los hombres llevan las signaturas de su estrella en la frente, y sobre todo, en las manos; los animales en su configuración y en sus signos particulares; las plantas las dejan ver en sus hojas y en sus grano; los minerales en sus vetas y en el aspecto de sus cortes. El estudió de estos caracteres ha constituido el trabajo de toda la vida de Paracelso, y las figuras de sus talismanes son el resultado de sus investigaciones; pero no nos ha transmitido la clave y el alfabeto cabalístico astral con sus correspondencias; permanece todavía por hacer; la ciencia de la escritura mágica no convencional se ha detenido, para la publicidad, en el planisferio de Gaffarel.

El arte serio de la adivinación reposa por completo en el conocimiento de estos signos. La quiromancia es el arte de leer en las líneas de la mano la escritura de las estrellas, y la metoposcopia busca los mismos caracteres, u otros análogos, sobre la frente de los consultantes. Efectivamente, los pliegues formados en la faz humana por las contracciones nerviosas, están fatalmente determinados, y la irradiación del tejido nervioso es absolutamente análoga a esas redes formadas entre los mundos por las cadenas de atracción de las estrellas.

Las fatalidades de la vida se escriben, pues, necesariamente en nuestras arrugas, y se reconocen, con frecuencia a primera vista, sobre la frente de un desconocido una o muchas letras misteriosas del planisferio cabalístico. Esa letra es todo un pensamiento, y ese pensamiento debe dominar la existencia de ese hombre. Si la letra no está muy clara y está penosamente grabada, hay lucha en él entre la fatalidad y la voluntad, y ya en sus emociones y en sus tendencias más fuertes, todo su pasado se revela al mago; el porvenir entonces es fácil de conjeturar, y si los acontecimientos engañan a veces la sagacidad del adivino, el consultante no queda menos asombrado y convencido de la ciencia sobrehumana del adepto.

La cabeza del hombre está hecha sobre el modelo de las esferas celestes; atrae e irradia, y es ella la que, en la concepción del feto, se manifiesta y se forma la primera. Sufre, pues, de una manera absoluta la influencia astral y atestigua, por sus diversas protuberancias, sus diversas atracciones. La frenología debe, por tanto, encontrar su última palabra en la astrología científica y depurada, de la que sometemos los problemas a la paciencia y buena fe de los sabios.
Según Ptolomeo, el sol reseca y la luna humedece; según los cabalistas, el sol representa la justicia rigurosa, y la luna es simpática a la misericordia. Es el sol el que forma las tempestades; es la luna la que, por una especie de dulce presión atmosférica, hace crecer y decrecer y como respirar al mar.

Se lee en el Zohar, uno de los grandes libros sagrados de la Cábala, que, «la serpiente mágica, hija del sol, iba a devorar al mundo cuando la mar, hija de la luna, le puso el pie sobre la cabeza y la dominó». Por esto es por lo que, entre los antiguos, Venus era la hija del mar, como Diana era idéntica a la luna; también por esto el nombre de María significa estrella del mar o sal del mar.
Para consagrar este dogma cabalístico en las creencias del vulgo, se dijo en lenguaje profético: «Es la mujer la que debe aplastar la cabeza de la serpiente.»

Jerónimo Cardan, uno de los mas audaces investigadores, y, sin contradicción, el astrólogo más hábil de su tiempo, y que fue, si hemos de dar crédito a la leyenda de su muerte, el mártir de su fe en astrología, ha dejado un cálculo, por medio del cual todo el mundo puede prever la buena o mala fortuna de todos los años de su vida. Para saber, pues cual será la buena o mala fortuna de un año, resume los acontecimientos de aquellos que han precedido en 4, 8, 12, 19, 30; el numero 4 es el de la realización; el 8, el de Venus o el de las cosas naturales; el 12, que es el del cielo de Júpiter, corresponde a los éxitos, a los buenos acontecimientos; el 19 corresponde a los ciclos de la Luna y de Marte, y el numero 30 es el de Saturno, o sea el de la fatalidad. Así por ejemplo, yo quiero saber lo que me acontecerá en este año de 1855; repasare en mi memoria todo cuanto me ha ocurrido de decisivo y real en el orden del progreso y de la vida, ahora hace cuatro años, lo que me ha ocurrido en dicha o desdicha de un modo natural, hace ocho años; lo que puedo contar de éxitos o de infortunios hace doce años, las vicisitudes, las desgracias o enfermedades que me han acontecido hace diecinueve años, y lo que he experimentado de triste y de fatal hace treinta años. Después, teniendo en cuenta hechos irrevocablemente acaecidos, y los progresos de la edad, cuento sobre análogas probabilidades a las que ya debo a la influencia de los mismos planetas, y digo: en 1851 he tenido ocupaciones mediocres, pero suficientemente lucrativas, con algunos apuros; en 1847 me he visto violentamente separado de mi familia, resultando de esta separación grandes sufrimientos para los míos y para mí; en 1843 he viajado como apóstol, hablando al pueblo, y he sido perseguido por personas mal intencionadas; fui, en dos palabras, honrado y perseguido; por último, en 1825, la vida de familia cesó para mí y he penetrado definitivamente en una vida fatal, que me condujo a la ciencia y a la desgracia. Puedo, por consiguiente, creer que tendré este año trabajo, pobreza, incomodidades, cambios de lugar, publicidad y contradicciones, acontecimiento decisivo para el resto de mi existencia, y encuentro ya en el presente toda clase de razones para creer en este porvenir. Concluyo que, para mí y por lo que al año presente se refiere, la experiencia confirma perfectamente la exactitud del cálculo astrológico de Cardan.

Este año se refiere, por lo demás, al de los años climatéricos, o mejor climatéricos, de los antiguos astrólogos. Climatéricos quiere decir dispuestos en escala o calculados sobre los grados de una escala. Juan Trithemo, en su libro “De las causas secundarias”, ha calculado muy curiosamente la vuelta de los años dichosos o funestos para todos los imperios del mundo; daremos un análisis exacto y más claro del  mismo libro, con la continuación del trabajo de Trithemo hasta nuestros días y la aplicación de su escala mágica a los acontecimientos contemporáneos para deducir las probabilidades más asombrosas relativamente al porvenir próximo de Francia, de Europa y del mundo.

Según todos los grandes maestros en Astrología, los cometas son las estrellas de los héroes excepcionales y no se acercan a la tierra mas que para anunciarla grandes cambios; los planetas presiden las colecciones de seres y modifican los destinos de las agregaciones de hombres; las estrellas más lejanas y más débiles en atracción atrae a las personas y deciden de sus atractivos; algunas veces un grupo de estrellas influye todo él en los destinos de un solo hombre, y con frecuencia un gran número de almas se ven atraídas por los rayos lejanos de un mismo sol. Cuando morimos, nuestra luz interior se va, siguiendo la atracción de su estrella, siendo de ese modo como revivimos en otros universos, en donde el alma se hace una nueva vestidura, análoga a los progresos o decrecimientos de su belleza, porque nuestras almas, separadas de nuestros cuerpos, se parecen a las estrellas errantes, son glóbulos de luz animada que buscan siempre su centro para encontrar su equilibrio y su movimiento, pero antes deben desprenderse de los anillos de la serpiente, es decir, de la luz astral no depurada que las rodea y las cautivas, en tanto que la fuerza de la voluntad no las eleva hacia arriba. La inmersión de la estrella viviente en la luz muerta es un suplicio espantoso, sólo comparable al de Mezencio. El alma se hiela y se abrasa en ella al mismo tiempo, y no tiene otro medio de desprenderse que volviendo a entrar en la corriente de las formas exteriores y adquirir una envoltura de carne, y luchar después con energía contra los instintos para afirmar la libertad moral que le permitirá, en el momento de la muerte romper las cadenas de la tierra y volar triunfante hacia el astro consolador, cuya luz le ha sonreído.


Por este dato, se comprende lo que es el fuego del infierno, idéntico al demonio, o a la antigua serpiente, en que consiste la salvación o la reprobación de los hombres, todos llamados y todos sucesivamente elegidos, pero en pequeño número, después de haber estado expuestos por su falta a caer en el fuego eterno. Tal es la grande y sublime revelación de los magos, revelación madre de todos los símbolos, de todos los dogmas, de todos los cultos, de todas las religiones descendientes únicamente de la astronomía. Puede verse también cómo Dupuis se engañaba, cuando creía todas las religiones descendientes únicamente de la astronomía. Es, por el contrario, la astronomía la que ha nacido de la astrología, y la astrología primitiva es una de las ramas de Santa Cábala, la ciencia de las ciencias y la religión de las religiones.

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Así se ve, en la lámina 17 del Tarot, una admirable alegoría: Una mujer desnuda, que representa a la vez la Verdad, la Naturaleza y la Sabiduría, sin velo, inclinando dos urnas hacia la tierra, donde vierte fuego y agua; por encima de su cabeza brilla el septenario estrellado, alrededor de una estrella de ocho rayos, la de Venus, símbolo de paz y de amor; alrededor de la mujer, verdean las plantas de la tierra, y sobre una de esas plantas viene a posarse la mariposa de Psique, emblema del alma, reemplazada en algunas copias del libro sagrado por un pájaro, símbolo más egipcio y probablemente más antiguo. Esta figura, que en el Tarot moderno lleva el Titulo de estrella brillante, es análoga a muchos símbolos herméticos, y no deja de guardar analogías con la estrella flameante de los iniciados en francmasonería, manifestando la mayor parte de los misterios de la doctrina secreta de los Rosa-cruz.”

Eliphaz Levi